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el arte de quemar el agua

El arte de quemar el agua

Tras años intentando cocinar una receta perfecta, tiró la toalla ante un nuevo fracaso. Estaba claro que esta habilidad no se transmitía genéticamente. No entendía cómo su abuela tenía el arte de poner en un plato cualquier cosa sin que le costase esfuerzo o quebradero alguno de cabeza. Era como si estuviese imbuida de toda la sabiduría del mundo culinario.

Su padre también era así. Podías darle los ingredientes o pedirle algo y buscaba la manera para que tu paladar quedara encantado. Su plato favorito eran los pimientos rellenos de bacalao. Aún siendo laboriosos podía prepararlos en cualquier momento para satisfacer su capricho.

Así que ahora estaba él. Se había criado entre fogones, siempre observando y admirando a sus mayores. Preguntando y metiendo la nariz en calderos, fascinado ante la magia que cada día tenía lugar ante sus ojos. Era capaz de identificar todo lo que llevara el plato con solo olerlo. Sin embargo no era capaz ni tan siquiera de replicar una receta. Su madre le decía que tenía el arte de quemar el agua.

Descontento, decidió estudiar y descubrir los entresijos. Escuelas de cocina variadas y reconocidos cocineros que conocían y admiraban a su abuela, le abrieron sus cocinas para que él aprendiera y fuera capaz de ofrecer un estilo propio. Se sentía como un espía intentando averiguar el secreto, pero estaba al descubierto ya que todos querían enseñarle con gratitud al nieto de quien tanto les enseñó. Pensaban incluso que sería un reto más años después de haber salido de su cocina. Con ella todo podía ser, por lo que colaboraban con gusto.

Con el tiempo, no mucho, descubrían el poco talento del muchacho. Cada vez le asignaban más tareas apartado de los fogones y pasó a sala.

Ya resignado y pensando qué hacer fuera del restaurante, le pidieron ayuda para ir a la bodega. Su tío se cuidaba de que respetaran ese espacio y solo en contadas ocasiones permitía el acceso a alguien. Así que con curiosidad y respeto, entró en silencio en aquel sagrado lugar. Al entrar sintió un escalofrío. Era un lugar fresco, de luz suave, lleno de botellas en perfecto orden que le fascinó. Su nariz emocionada se estremecía. Abrieron una botella que estalló en decenas de fragancias y puso una palabra a cada una para describirla. Lloró. Su tío le dio copia de la llave sonriendo, había encontrado su lugar.

su risa

Su risa

Recuerdo con tal nitidez su risa en nuestra primera cita que miro a los lados buscándola. Cuando nos sentamos y el camarero se acercó, le pregunté si quería vino. Dijo un tímido no que en realidad descubrió un sí, cuando trajeron solo una copa. Entonces dijo, solo una que se me suelta la risa. Menuda risa.

Si su sonrisa era preciosa, la risa que salía de aquella mujer podría alegrar el mundo entero. Solo con eso me enamoró. Inocente, limpia y sincera, la más alegre que en mi vida he escuchado y dudo que otra suene igual. Cómo no amarla. Por suerte para mí, tras unos años juntos, me respondió sí apostillando, ¡cuánto has tardado! Y rió.

De esa primera cita a hoy han pasado 30 años. La vida nos ha tratado bien. Hasta hoy. Anoche volvíamos de celebrarlo. Una cena con velas, una delicia de platos y una copa de vino como aquella vez. Su risa estaba desbordada por la emoción y recordaba cada instante aún con más detalle que yo. Paseamos abrigados y agarrados como dos jovenzuelos besuqueándonos en un portal. Maravilloso. Más feliz que la primera vez porque ahora sabía que mi amor era para ella y el suyo para mí, para siempre.

No sabía que siempre fuera tan breve. Volvíamos en el coche y por el retrovisor vi luces de varios vehículos que se acercaban deprisa, demasiado. El segundo no pudo esquivarnos cuando trató de adelantarnos y tras un golpe salimos disparados de la carretera sin que pudiera hacer nada.

Ahora me siento flotar, supongo que serán los calmantes porque a veces me duele todo el cuerpo mucho y al poco desaparece todo recuerdo del dolor. En medio de sonidos que no reconozco la oigo, pero no ríe. Llora ahogadamente. Al menos sé que está bien, aunque creo que no opinaría lo mismo. Una lágrima sale de mis ojos, yo lo que quiero es oírla reír y marcharme en paz. Entonces la oigo sonreír.

Todo se apaga y lo que soy se desvanece, me voy.