Como quien está de pie en la orilla del mar y ve una ola, pero piensa: cuando llegue a mí, apenas me rozará los pies, quedándose allí mirando. A pesar de que la ola crecía a medida que se acercaba a él, optó por no moverse firme en su convicción. No creía lo que sus ojos le mostraban.
Y la ola llegó. Por supuesto fue un tsunami que arrasó con todo. Aún se preguntaba cómo había sido posible. El mundo entonces se paró. Solo había agua, mirara por donde mirara.
¿Te suena? Vimos desde nuestros televisores cómo China enfermaba. Día a día el goteo de datos, de contagios, de muertos. Pero era China y eso está lejos. Ilusos. Fue saltando por el mundo y la vecina Italia se sumió en el virus… se hundió como se hunden los pies cuando la ola te alcanza arrastrando toda la arena hasta hacerte perder el equilibrio.
Por supuesto no somos inmunes y los españoles caímos. No sé qué contarán cuando dentro de veinte años algún periodista pregunte aquello de, ¿dónde estabas en marzo de 2020 cuando se decretó el primer estado de alarma de la historia de la democracia? Yo contaría que primero el mundo enloqueció y llenó despensas y lo que no son despensas con cantidades insultantes de comida y de papel higiénico. Luego se escondió en casa; fue obediente a desgana, pero obedeció. Contaría que yo, a veces, encendía una vela, como tantas veces vi hacer a mi madre. No rezo ni la ofrezco a dios alguno, la enciendo porque acompaña. La enciendo porque me acuerdo de los que no están, de los que están dejando de estar llevados por el virus y por los que luchan por quedarse.
Esto pasará, pero no olvidaremos. Lo que no sé es si aprenderemos y aplicaremos de verdad algo útil.