De noche todo son monstruos. Algunos nuevos surgen de las sombras. Otros, los habituales, que escondíamos debajo de la cama y por supuesto los que prefieren el cobijo del armario. Nada he visto tan paciente como ellos. Aguardan el momento de pillar a su víctima desprevenida, con la guardia baja, en un día sin energía. Es entonces cuando se lanzan. Ni los ves venir. Te asaltan quitándote el aire y la luz. Nunca van solos. Juntos se saben más fuertes, más grandes.
De noche todo son monstruos. Y el tiempo es cómplice. Se ralentiza, a veces hasta se detiene como si tras las agujas del reloj aguardasen y necesitaran su adormilamiento para salir.
Todos los monstruos aguardan esa noche de desvelo. Esperan por un mal día, una mala semana. Es entonces cuando el sueño no llega en hora y, ¡zas! Caen sobre ti todos los miedos, todo lo que no has logrado, lo perdido, lo que dejaste de hacer, lo que no puedes conseguir, lo que necesitas y no llegas. Te falta el aire.
Por fin, cuando duermes te das cuenta que ya sueñas y que se han colado. Te sacudes y no despiertas, gritas y no te sale la voz. Corres pero tus pies están anclados al suelo. Algo te toca, ‘no no’, farfullas… Una mano de zarandea, te asustas, sientes el sudor cayendo por la cara y cuando vas a romper en un grito reconoces una voz familiar que te dice: ‘ya está, ya pasó, es una pesadilla’… al menos en parte.
Abres los ojos y todo se disipa. Aún tiemblan tus músculos y ahogas el llanto angustioso. Una lágrima escapa por tu lagrimal. Respiras, coges aire y lo sueltas entrecortado, aún tienes miedo. Es entonces cuando piensas: me hago mayor para ver películas de miedo y mandas a los monstruos de paseo. La próxima una comedia, por favor.
Me llamo Elvira. Siempre he pensado que hay dos tipos de admiradores: los que saben la dificultad de lo que otros hacen porque se han puesto en sus zapatos y los que ni en sueños serán capaces tan siquiera de acercarse a aquello que les fascina.
El segundo caso es el mío, sin duda. Tengo dos pies izquierdos para el baile y hasta diría que uno es más largo que otro. Mi madre, viendo que su pequeña de 6 años daba saltitos por la casa intentando ir de puntillas, me apuntó en ballet. Fue horrible. Ana, la profesora envejeció por mí varios años en tan sólo tres meses, pero no fue hasta la fiesta de navidad cuando ensayando la grupal lo vi claro: no cuadraba un paso en tiempo y me tropezaba con el resto. Creo que Ana rió y aplaudió durante días cuando colgué las zapatillas. Pero no queda ahí la cosa.
Vista la falta de aptitud para el baile, años más tarde, lo intenté en una coral. Eso fue aún peor. Un gato atropellado por un camión de 18 ruedas tiene más tono y armonía que mi voz. En el coro me dieron un triángulo para que lo tocara tres veces, pero me adelantaba unos segundos y lo golpeaba sin ritmo. De la coral fui a un otorrino por si era cuestión de sordera. Mi madre se preocupó porque había observado que me hablaba y yo no me enteraba; pero sencillamente estaba en mi mundo y coloreando cualquier cosa.
Hace poco asistí, de público por supuesto, a un ballet que comienza la danza al son de un coro a capella. Sencillamente espectacular. Tanto orden, tanta armonía en las voces y en los movimientos… fue maravilloso. Luego empezó la orquesta. Me emociono aún al recordarlo y los ojos se me vuelven a empañar.
Con el tiempo y varias decepciones más descubrí que lo mío era pintar. Dame un pincel o unos lápices y crearé un mundo para ti. A eso me dedico ahora en cuerpo y alma. Soy feliz y nadie sufre, así que todos contentos. Estoy en plena faena y si no te importa te dejo que quiero acabar pronto este trabajo.
Agradecimiento a Mina Ortiz por permitirme ilustrar este relato con su trabajo.

Soy un príncipe camuflado. Esperaba algunos besos más. Quizá esto de ser rana no sea tan divertido como pensaba. Como humano no me comía una rosca, aunque mi madre cuando era pequeño decía eso de, ¡ay qué niño tan lindo! El resto al verme se quedaban en un, qué simpático, qué ojazos… Me explico, ¿verdad? Sí, la belleza no pasó por mi cara. Así que pensé que siendo rana tendría más suerte de ser besado. Leí muchos cuentos de pequeño porque ni los niños querían jugar conmigo. Mi madre decía que eran tontos porque no veían más allá. Yo no lo entendía.
Descubrí todo un mundo de aventuras. Me pasaba las horas leyendo. En mis cuentos había princesas que besaban ranas y vivían felices para siempre, así que creí que si era una rana alguna princesa se fijaría en mí. Iluso, ahora lo sé. Pero estaba tan desesperado que acudí al hada de los cuentos y supliqué ser rana aunque solo fuera por probar la experiencia.
Así que ahora vivo en una pequeña charca. Soy el rey del lugar, un rey sin corona, un príncipe sin beso. Los cuentos son historias bobas. ¿Será que saben que no soy de la realeza y por eso no me quieren besar? ¿Seré acaso una rana fea?
Es difícil ser rana, sobre todo aburrido. Croac croac es toda la conversación que puedo tener, ¿se imaginan? Ser rana con mente humana es horrible. Prefiero seguir con mi vida de humano sin reino pero con algo más de charla. Ya sé que las princesas de los cuentos no existen. El hada me lo advirtió, por suerte la magia es temporal y volveré a mi ser.
Adiós charca, adiós. No más moscas. Me vuelvo a la vida fuera del agua, que no digan que no lo intenté. Ahora sé que no es verdad lo que cuentan los cuentos: no hay princesas que besen ranas. Nadie besa ranas.