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Adiós. Con las alas rotas también se puede volar

Alas rotas

Nunca hasta ahora había pensado que un adiós pudiera ser el comienzo de algo. Acababa de marcharme sin mirar atrás, sin la mínima duda, sin un titubeo en mis pasos. Apenas me llevo lo puesto, lo demás solo son cosas que prefiero dejar. Menos carga, menos recuerdos. No quiero nada que me lo recuerde. Me basta con saber que no volveré a repetirlo.

Tras ese adiós veo nuevos caminos, todo un mundo por descubrir. No diré que estaba ciega porque sabía que, hacía ya demasiado, cerré los ojos. Los cerré porque no quería ver el camino que había emprendido, todo un descenso al infierno y lo que le permitía. Llegué hasta perder la noción del tiempo más allá de dormir y servir. Me aisló, me apartó de todos, me hizo dejar fuera todo lo que no fuese él. Al principio fue sutil y lo justificaba diciendo que era porque me quería, porque me cuidaba. Era tan convincente que hasta lo justificaba.

Sé que eso es maltrato y que podría haber llamado pidiendo ayuda, pero cuesta tanto descolgar un teléfono cuando no te salen las palabras por miedo a que sea verdad que estás sola…

Y entonces se equivocó.

Me preguntó, dándome opción a cuestionarme si llevaba una vida feliz. Respondí, para mis adentros, que no. A él le asentí. En ese momento abrí los ojos. Fue como darle al interruptor de la luz. A partir de ese instante comencé a pensar y no sé cómo salí de mi hipnosis. Poco tiempo después recogí lo poco que necesitaba. Ni siquiera cerré la puerta dejando que el viento reinante desordenase sus papeles.

Me eché a andar, levantando la mirada del suelo, mirando sin vergüenza, sin temor a que me preguntara qué miraba. Fue entonces cuando la vi y pensé: si tú con las alas rotas aún eres capaz de volar, yo también podré volver a hacerlo.

monstruos

Monstruos

De noche todo son monstruos. Algunos nuevos surgen de las sombras. Otros, los habituales, que escondíamos debajo de la cama y por supuesto los que prefieren el cobijo del armario. Nada he visto tan paciente como ellos. Aguardan el momento de pillar a su víctima desprevenida, con la guardia baja, en un día sin energía. Es entonces cuando se lanzan. Ni los ves venir. Te asaltan quitándote el aire y la luz. Nunca van solos. Juntos se saben más fuertes, más grandes.

De noche todo son monstruos. Y el tiempo es cómplice. Se ralentiza, a veces hasta se detiene como si tras las agujas del reloj aguardasen y necesitaran su adormilamiento para salir.

Todos los monstruos aguardan esa noche de desvelo. Esperan por un mal día, una mala semana. Es entonces cuando el sueño no llega en hora y, ¡zas! Caen sobre ti todos los miedos, todo lo que no has logrado, lo perdido, lo que dejaste de hacer, lo que no puedes conseguir, lo que necesitas y no llegas. Te falta el aire.

Por fin, cuando duermes te das cuenta que ya sueñas y que se han colado. Te sacudes y no despiertas, gritas y no te sale la voz. Corres pero tus pies están anclados al suelo. Algo te toca, ‘no no’, farfullas… Una mano de zarandea, te asustas, sientes el sudor cayendo por la cara y cuando vas a romper en un grito reconoces una voz familiar que te dice: ‘ya está, ya pasó, es una pesadilla’… al menos en parte.

Abres los ojos y todo se disipa. Aún tiemblan tus músculos y ahogas el llanto angustioso. Una lágrima escapa por tu lagrimal. Respiras, coges aire y lo sueltas entrecortado, aún tienes miedo. Es entonces cuando piensas: me hago mayor para ver películas de miedo y mandas a los monstruos de paseo. La próxima una comedia, por favor.

Devoluciones

Devoluciones

No diré que el año se me ha ido en un abrir y cerrar de ojos porque mentiría. Recuerdo la llegada de la primavera y el verano más sofocante de los vividos, la arena bajo mis pies y mi cuerpo entrando despacio en el mar. Atesoro amaneceres vibrantes, mucho cielo azul y varias centenas de abrazos devueltos. El año ha tenido lo suyo y no todo ha sido bueno, así que aprovechando este buzón que me dio un pellizco al corazón, quiero hacer algunas devoluciones.

Le devuelvo los abrazos vacíos, los enfados sin motivos y las lágrimas derramadas por rabia; las de tristeza bien justificadas las tengo. Esas me las quedo. Le hago entrega de las palabras que cayeron en saco roto, de los consejos en el aire que no encontraron oídos que quisieran escuchar. Devuelvo también la decepción originada en un error, el dolor impreso en palabras mal entendidas por mal dichas y nunca corregidas.

Mención aparte para el dúo de estrés y ansiedad. Esos se los devuelvo envueltos en papel de regalo y si es preciso, atados y bien atados con un gran lazo de doble nudo, no vaya a ser que se escapen. Se los puede quedar y por favor no los envíen más. Aquí no los queremos. Nadie los quiere. Búsquese una incineradora potente.

Me dan para que le devuelva: las esperanzas creadas en vano, los amaneceres desvelados, la vehemencia de la sinrazón. Los fantasmas que se esconden en los rincones de la soledad, en la oscuridad de la mente y en la desesperación, en una caja con grilletes me los hacen llegar.

Adjunto los castillos en el aire con cimientos de barro que se desmoronan antes de terminar de dibujarlos. El viento que sopló y la lluvia que no cayó. Las lunas me las quedo todas.

Devuelvo también la coraza de una amiga que decide que ya está bien y el muro tras el que se refugió. No sé si todo esto cabe, pero promete que no lo necesita y yo la creo. Nunca más se esconderá. Abraza la libertad de sentir, de hablar, de vivir. Devuelvo su miedo, ese que nunca debió sufrir y del que por fin puede hablar. Libre queda. Todo se envía sin remitente para que no pueda volver.

¡Qué ligera me siento! ¡Qué ligeros todos!

40 palabras bellas

40 palabras bellas

Camino como sonámbulo. El desenlace no ha podido ser peor. Tenía la esperanza de que fuera diferente, de que al general tras el inconmensurable esfuerzo realizado se le hubiera olvidado, como a nosotros, el por qué estábamos allí. El alba anunciaba un nuevo día y tras él llegó la aurora. Efímero momento de paz. Todo lo demás era superfluo, ojalá durase más esta sensación. Quizá suene a entelequia pero del otro lado de la montaña nos llegaban señales confusas, puede que por temor a mostrarse débiles. Todos queríamos lo mismo, el inefable sentimiento del fin tras un mes que se me antoja infinito.

El sempiterno dolor que habíamos causado lastraba mi alma, que aunque siendo un peón siempre pensé que podría haberme negado, pero no tuve el valor, no era esa mi misión. Mi resiliencia me ha permitido sobrevivir una vez más, aunque no sé si por mucho tiempo ya. En otra época puede que siguiera en la lucha, fuerte, hábil, pero olvido que todo lo vivido deja huella y pesa. Recuerdo con nostalgia tiempo atrás cuando mi mayor preocupación era controlar la efervescencia de mi juventud. Recuerdo a María, aquella preciosa muchacha de larga melena morena e intensa luminiscencia en el rostro cuando tímida me sonreía. Yo al menos la veía así y ahora en la soledad de mi trinchera no puedo sino añorar el melifluo sonido de su voz cuando al despedirse me dio un ósculo como esperando que sirviera de amuleto y protección.

Triste de mí, la melancolía se adueña de mi ser y lloro. Busco en mis bolsillos un pañuelo con algo de consuelo y sale entre mis dedos su colgante de libélula lapislázuli por serendipia. No puede ser sino compasión de los dioses, en los que a estas alturas ya no creo, pero una epifanía como ahora me obliga a dudar.

 

Nota: 40 de las más bellas palabras del castellano

El cuadro

Nada más empezar el año dije con convicción y en alto: «Este lo hago… El cuadro irá por fin a su lugar». Todo tiene su historia, al menos ese cuadro, sí.

Ya de pequeño apuntaba maneras. Malas maneras. Mi madre quiso llamarme Eduardo porque el manos tijeras la conmovió. Hasta ahí llega mi habilidad y cualquier parecido a su arte con las manos. Soy consciente de mis limitaciones y mi falta de maña, pero aún así me he propuesto colgar un cuadro que compré hace ya dos años. No puede ser tan complicado, es solo cuestión de algo de lectura y visualización de tutoriales, ¿no? Ya me conocen en la tienda de bricolaje y cuando me ven me preguntan qué duda nueva me ha surgido. Son muy amables conmigo, creo que yo soy su propósito para el año.

Mi casa es en cuanto a decoración minimalista, pero más por necesidad que por gusto. Soy asiduo visitante de exposiciones y algunas obras enamoran mi corazón pero luego pienso que no seré capaz de colgarlas y desisto. Suspiro frente a ellas y sigo con la mirada ya perdida por el resto de la sala. Aún así, con esta marina no pude hacerlo.

Siempre me ha gustado cómo mi amiga Mortiz pinta el mar. La luz y la fuerza que escoge para cada una es tan emocionante que sin que lo supiera compré un gran cuadro suyo. Lleva desde entonces detrás del sofá, pero eso se acaba este año. Se acaba hoy. Ya tengo el taladro, la medida, brocas, martillo, alcayatas de varios tamaños, de todo. Nada puede fallar.

Así que aquí estoy, descubriendo que la pared es de pladur. ¡A quién se le ocurre hacer estas paredes huecas y no poner una etiqueta con las instrucciones de uso! Casi me cabe el puño y poco ha faltado para salir por el otro lado. Supongo que la tubería agujereada lo ha impedido. El agua ya me cubre los talones. Por lo menos no estoy a oscuras. ¡Ouch! Vaya… Linterna, de eso no tengo.

Nota: La imagen que ilustra el relato es una obra de Mortiz. ¡Gracias! 

 

 

La oscuridad

La oscuridad

Temo a la oscuridad. Cierro los ojos para dormir porque así estamos hechos y no puedo evitarlo, pero por favor que la oscuridad no sea total, necesito que me llegue luz. Adoro las noches de luna llena porque se cuela hasta mi habitación y entonces duermo feliz, sin miedo. Pegué mi cama a la ventana solo para que me llegue su luz. Esa claridad me acompaña toda la noche en lugar de esa amarilla y parpadeante luz de la farola. Debe tener algún cable mal para tiritar así. Pronto se fundirá. La oscuridad me acosa.

Me asomé sabiendo que la luna ya habría salido. Se adivinaba su presencia entre las nubes. Asomaba y desaparecía como una mujer coqueta que juega con su abanico. Sabía que de un momento a otro brillaría en el cielo. Sin embargo el tiempo pasaba y cada vez se veía menos, sentía que algo no iba bien. Me fui de la ventana inquieta. Al rato volví y no estaba. Las nubes desfilaban pero no veía ni rastro de ella. Quién me diría que algo así podría pasar: habían robado la luna…

Quizá algún amante la había bajado para su amada. No es justo que ella la tenga toda para sí y yo no pueda verla más. La necesito. La busco. La persigo. Por favor, ya sabe que la quieres, devuélvenos la luna. Las mareas enloquecerán, los lobos ya no aullarán, los enamorados no podrán suspirar al verla. Quién no la ha contemplado sabiendo que su enamorado también la mira y así sentirse más cerca. ¡Ay, mi luna!

El tiempo pasa. El cielo sigue oscuro y no hay rastro de la blanca. Destrozado por la ausencia caigo en la cama. Qué será de mí.

Atormentado por mis fantasmas escudriño el cielo. Las nubes se han ido. Veo entonces una ligera luz rosada, todo un círculo rojo. ¡El eclipse! Lo había olvidado por completo. Las lágrimas caen por mi cara. Dormí feliz.