Esto es lo último que recuerdo antes de desplomarme. Vi cómo el mundo giraba bajo mis pies, aunque creo más bien que quien giraba era yo cayendo redondo, pero en ese momento no puedes pensar con claridad. Mi chica me había citado bajo nuestra pérgola favorita, donde un viejo banco desgastado por las inclemencias del tiempo nos esperaba. Un rincón poco transitado donde la llevé en nuestra tercera cita. Quería mostrarle donde acababa siempre que me sentía perdido. Le encantó cómo le desnudé mi alma mientras me escuchaba con los ojos cerrados. Desde entonces sabía dónde estaba cuando necesitaba pensar. Yo le enviaba una foto del banco diciéndole que allí siempre habría sitio para ella. Un beso venía cada vez de vuelta.
Sabía que la relación no pasaba por su mejor momento pero en el fondo nos queríamos… Se la veía inquieta, con prisa por acabar. Me estaba asustando. Una gota de sudor frío me recorrió la nuca. Las palabras brotaban de su boca pero ya era incapaz de oírlas. Solo alguna llegó a mí: tiempo, espacio, distancia… pero no amor, compartir, juntos. Siempre he sido mal oyente y creo en mi mente discursos paralelos con lo que supongo intentan decirme. Ella me zarandeó intentando traerme a la realidad y mientras me preguntaba si la había entendido. Sus ojos de miel mostraban preocupación.
Me levanté sin decir palabra y solo pude echar a correr. Deambulé por el recinto buscando un lugar donde el eco de sus palabras dejara de retumbar en mis oídos. Parecía seguirme. Lo conseguí cuando mi cabeza casi da contra el suelo. En un segundo de supervivencia mis manos cubrieron mi cara y eso evitó la tragedia.
Entonces la oí enfadada.
– ¿Pero tú me has escuchado? ¿No te parece que exageras? ¡Solo quiero irme 6 meses a Londres porque me han dado la beca!
Rompí a reír y entonces sí que vi furia en sus ojos, ¡ay, que ahora sí que me deja!