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El cuadro

Nada más empezar el año dije con convicción y en alto: «Este lo hago… El cuadro irá por fin a su lugar». Todo tiene su historia, al menos ese cuadro, sí.

Ya de pequeño apuntaba maneras. Malas maneras. Mi madre quiso llamarme Eduardo porque el manos tijeras la conmovió. Hasta ahí llega mi habilidad y cualquier parecido a su arte con las manos. Soy consciente de mis limitaciones y mi falta de maña, pero aún así me he propuesto colgar un cuadro que compré hace ya dos años. No puede ser tan complicado, es solo cuestión de algo de lectura y visualización de tutoriales, ¿no? Ya me conocen en la tienda de bricolaje y cuando me ven me preguntan qué duda nueva me ha surgido. Son muy amables conmigo, creo que yo soy su propósito para el año.

Mi casa es en cuanto a decoración minimalista, pero más por necesidad que por gusto. Soy asiduo visitante de exposiciones y algunas obras enamoran mi corazón pero luego pienso que no seré capaz de colgarlas y desisto. Suspiro frente a ellas y sigo con la mirada ya perdida por el resto de la sala. Aún así, con esta marina no pude hacerlo.

Siempre me ha gustado cómo mi amiga Mortiz pinta el mar. La luz y la fuerza que escoge para cada una es tan emocionante que sin que lo supiera compré un gran cuadro suyo. Lleva desde entonces detrás del sofá, pero eso se acaba este año. Se acaba hoy. Ya tengo el taladro, la medida, brocas, martillo, alcayatas de varios tamaños, de todo. Nada puede fallar.

Así que aquí estoy, descubriendo que la pared es de pladur. ¡A quién se le ocurre hacer estas paredes huecas y no poner una etiqueta con las instrucciones de uso! Casi me cabe el puño y poco ha faltado para salir por el otro lado. Supongo que la tubería agujereada lo ha impedido. El agua ya me cubre los talones. Por lo menos no estoy a oscuras. ¡Ouch! Vaya… Linterna, de eso no tengo.

Nota: La imagen que ilustra el relato es una obra de Mortiz. ¡Gracias! 

 

 

Letra H en busca de sus amigas la c y la a para ir a bailar

La frustración de la H

La h muda, ignorada, ni siquiera cuenta para acentuar. Frustrada esta octava letra de nuestro alfabeto porque alguien decidió que ningún sonido acompañara su presencia. La podemos ver al principio de algunas palabras o escondida en medio de sus compañeras las letras sonoras, pasando por completo desapercibida. Triste está la h. A nadie le importa si va despeinada o si repite el mismo vestido dos días. No se da cuenta de su poder, o me dirán que nunca tuvieron la curiosidad de ser invisibles y entrar donde quisieran sin ser vistos.

La h se frustra al creer ella que no cuenta solo porque no suena y sin embargo eso la hace única. Mira una h.

Qué seríamos sin la escalera del alfabeto. Naufragaríamos cada día entre tanta ‘ola’. El hombre se sentiría desnudo, el huérfano más abandonado y no tendríamos hermosura. Qué haríamos sin ella, la necesitamos para hablar y no ahogarnos solos en nuestras historias, echando mano del humor y al llegar al hogar holgazanear hasta el siguiente día hábil. Ay h, te necesitamos.

A veces para no sentirse tan sola salta a la tercera posición del alfabeto para ver a su amiga la c porque juntas tienen ese peculiar sonido y van en busca de la a para salir a bailar… cha cha cha.