Cuando vemos las campanadas que dan paso a un año nuevo, una sonrisa ilumina nuestra cara por lo que vendrá. Muchos pensamos en lo que nos gustaría para esos 365 días que vienen. Sin embargo, este año 2020 más que traer se lleva.
En marzo se llevó la libertad de movimiento, el trabajo de muchos, la vida de otros. Nos deja temor, separación y las manos bañadas en gel hidroalcohólico. Los meses se suceden y perdemos más y más. El año sigue poniéndonos a prueba.
Ahora el 2020 ha escondido la sonrisa, la sorpresa o el asombro tras una mascarilla. Hay quien queda incomunicado en un mundo sonoro que no es el suyo. Ahora todo queda en los ojos. ¡Cuánta responsabilidad y qué difícil de interpretar! Nos queda la palabra, cauta y breve, pronunciada dos tonos más alta para entendernos.
Llegó septiembre y yo voy más allá. Yo pienso en Navidad
Nadie se imagina una nochebuena frente a la pantalla del pc brindando con la familia sin compartir más allá que unas palabras. En cada mesa un plato, un entrante, un vino y un postre que nada tiene en común con los otros. No habrá cenas especiales, ni menús acordados, ni copas chocando de lado a lado de la mesa. Chocarán con las pantallas.
Nada de apartar sillones para que los 15 comensales tengan su sitio en el comedor improvisado junto al árbol de cada año.
Lo peor es para los solteros, los viudos y los solitarios hartos de recomponerse, que no dejan ni por Navidad la cena en soledad. Una noche más, ¡qué importa!, mascullarán mientras por dentro sienten un pellizco en el corazón.
2020
Nadie se lo imaginó así, pero vamos camino de una Nochebuena que no será ni de lejos lo que debiera, aunque algunos se alegrarán de no tener que aguantar al cuñado de turno. Y eso para los que aún tengamos la suerte de contarlo.
¿Y ahora, vas a mantener la distancia? Por favor, yo quiero mi Navidad.