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Querido decepcionado, el amor te espera

Querido decepcionado:

Siento que otro año estés solo por San Valentín. De nada sirvió tu ropa interior roja para dar la bienvenida al año nuevo. Por nada pusiste tu vida en peligro mientras comías las uvas con el pie derecho adelantado y calzando tus mejores zapatos. Y todo mientras tras pedir salud con la primera campanada, pedías amor con la segunda. Pero amor del bueno, del correspondido, del que mariposea en tu estómago cuando la vieras. Amor del de toda la vida, para envejecer a su lado mientras cada vez es más hermosa. Suspiras por ello.

Una vez fuiste dichoso y llegaste a rozar tu deseo, pero se deshizo la magia como humo. Lo ves y ya no lo ves. Apenado has pasado tu luto por el amor que pudo haber sido.

Ahora quieres amar, decir te quiero amor. Lo sé. Te escucho. Veo cómo buscas ese encuentro casual, ese tropiezo fortuito de anuncio que te descubra esos ojos de los que ya estás enamorado.

Puedo decirte que estás cerca de lograrlo, pero te ciega tu sueño y no la ves. Ella a ti tampoco. Ya no sé qué más flechas lanzar. Creo que te clavaré al suelo para que estés allí cuando ella pase y así tenga que verte. Será mi última flecha, espero que esta vez sea la buena.

Atentamente, Cupido.

Algún día bajaré la persiana

Algún día

Una vez más el sol entraba por las rendijas de la persiana. Otra vez me la dejé sin bajar por completo y llegó a mí más luz de la que hubiera deseado. Me envolví la cabeza entre las almohadas y las sábanas refunfuñando, pero claro, así no se puede respirar. Cabreado ya con el día, me levanté. Algún día tapiaré esa ventana o pondré unas persianas programables que bajen solas.

Me dejé caer en el sofá de camino a la cocina a hacerme un café, pero no podía quedar así y empezó a sonar el despertador al otro lado del pasillo. Primero logras ignorarlo hasta que va subiendo el tono y la exigencia de ser apagado, como si también tuviera un mal despertar. No queda más remedio que ahogar sus gritos con ese simple botón de off.

Elegí el café más fuerte que tenía y sin que apenas terminara de salir empecé a tomarlo. Solo. Nada con tanta personalidad se puede mezclar desvirtuando su sabor con azúcar que lo mata o leche lo diluye hasta dejarlo como aquel café con leche que tomabas de pequeño antes de ir al colegio. Sacrílegos todos los que matan el café, dije en voz alta y reí.

Diría que el día empezaba a enderezarse pero sabía lo que venía un rato después. Un trabajo espantoso al que acudía cada jornada esperando que fuera la última allí. De algo hay que vivir, y mi oficio, la fotografía, no me da para ello. Las fotografías de boda me parecen todas iguales. Ya nadie quiere un fotógrafo más que para las típicas fotos, y discutir con estresados novios intentando que vean la belleza que captan mis ojos más allá de las poses, es agotador.

A veces algunos que han visto mi trabajo me llamaban entusiasmados suplicando porque tenga un hueco en mi agenda para ellos y comienza el baile. Primero les digo que está difícil, que he de consultar la agenda para ver el trabajo que tengo para ese día y que les llamaré al día siguiente. Luego me reblandezco y los llamo al cabo de unas horas porque me han anulado algo y les puedo hacer las fotos, pero que me tienen que dejar hacer a mí. No es fácil.

Me gusta capturar sentimientos puros, sin pose. La gente que ríe sin pensar en sus dientes o si le sale papada. La que se emociona. Me gustaría hacer fotos en un duelo, esas caras rotas, las miradas perdidas navegando en lágrimas y todo envuelto en aparatosas coronas de flores y gente en negro. Todo es real, inesperado, sin programación, sin más artilugios. Algún día, cuando logre la invisibilidad lo haré.

Son las 10:00 a.m., ¡plof! se rompió la burbuja. De hecho hace más de medio año que no cojo la cámara. Vendo ropa a adolescentes que sueñan con unicornios. Peor aún, a sus torpes padres que les compran y chantajean con esas zapatillas último modelo por tener buenas notas. Resignado coloco las prendas mientras sueño despierto. Mañana lo dejo, pienso otra vez. Algún día me armaré del valor para hacerlo. Algún día.

nadar

Nadar

Cuántas veces habré oído eso de que nadar es sano, la natación es un deporte completo y cosas similares. Los hay incluso que tratan de convencerte y animarte a que lo practiques hablando de sus beneficios casi inmediatos. Yo arrastrado accedí una vez y aún me dura el olor a cloro en la piel. Por supuesto no volví.

Que la gente, voluntariamente se sumerja en ese líquido con ese olor a químico tan espantoso es algo inexplicable. Ya no es por el ridículo gorro que comprime la cabeza y que hace ese efecto condón sobre nosotros o las gafas. ¡Ay las gafas!, esas que más que ayudarte a ver se empañan y tienen fisuras para ahogar tus ojos. Y a eso suma ese aspecto mosca que te dan. No, eso al final con apretarlas más consigues ganar esa batalla, pero esa bañera gigante de agua química tirando a fría para casi matarte, no, eso es demasiado. De hecho creo que si alguien se disfraza de bacteria y entra seguro que muere.

Pero hay más.

Hay que estirar. Eso dicen los que ves haciendo extraños movimientos retorciendo sus brazos en posturas totalmente antinaturales. Ridículo. Yo creo que lo hacen porque el agua encoge y con el rato que pasan dentro, de no estirar llegará el día que implosionarán consumidos por el cloro que con el tiempo sus células han absorbido.

Y no están esos solos, no, no. Están los que nadan en el mar. Eso es necesidad. El mar como todos sabemos es agua salada, sí, muy bien, pero tiene la particularidad de estar siempre helada. Venga no se hagan los valientes y reconózcanlo. Ya sé que soy de los pocos que entro despacito y arrepintiéndome de la decisión. Los demás vienen al agua y en la primera ola ya están empapados y yo sigo con el agua por las rodillas, como debe ser, poco a poco.

El mar llenito de sal, con esas olas. Si has intentado nadar en él habrás notado que cuando te toca sacar la cabeza para respirar, por esa manía que tenemos, una ola frustra el intento y te llena la boca con sal. Estupendo. Abortar, abortar, y haces el cristo, así te dejas mecer sin esfuerzo, que al fin y al cabo es lo más cómodo en este medio.

No, nadar no es para mí, así que por favor no se ahoguen que ahora trabajo como socorrista y me da una pereza tremenda.