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Nunca olvidé

Nunca olvidé

Apenas te tenías en pie cuando pasó. Nunca olvidé ese día, todas sus horas desde el amanecer hasta que tu luz se apagó. El cementerio era pequeño pero había hueco para tu cuerpecito. El carpintero del pueblo montó la que sería tu última cuna sin decir una palabra, sin pedir una moneda a cambio, pero no fue capaz de tallar tu nombre. Siempre le agradecí el gesto y cuando pude le encargué una mesa para reunir a la familia a comer… ahora tienes dos hermanas. Las dos saben de ti pero se fueron del pueblo. Aquí me quedé yo.

Es posible que creas que te olvidé. Que me cansé de traerte flores. Que se me secaron los ojos y ya no te lloraba. Es probable que pienses que el tiempo me distanció de ti y ya no quise arreglar más tu tumba. Es posible pero no pasó. Solo pasó que yo también morí.

Felices fiestas

2020

Completamos otra vuelta al sol y en unos días estrenamos año, el 2020. Así que sí, estamos en Navidad, otra vez. Con lo bueno y lo malo, según se mire. El ajetreo de las cenas con esos menús que no terminan de definirse, y que unos quieren innovar y otros mantener. Yo sigo siendo la encargada del postre. Este año haré una tarta con un sabor que nada tiene que ver con la Navidad, pero me lo han pedido y lo debo: limón.

Las calles llenas de gente desfilando de tienda en tienda buscando un regalo que no aparece, una idea con chispa, ilusión envuelta en papel de regalo. Buscamos esa cara de sorpresa seguida de una sonrisa, con palabras de alegría o mejor aún, sin palabras.

Hay muchos a los que no les gusta, ni por una cosa ni por otra, pero sobre todo están los que huyen por las sillas vacías. ¿Y qué pasa con las llenas? Quien se fue no se puede llevar también la compañía de los que están. Los que seguimos nos reunimos porque juntos hacemos nuevos recuerdos o recuperamos algunos viejos, pero juntos.

Para mí estas fechas son familia y la mía se vuelca. Los años pasan, los niños crecen. Por un lado la mesa crece y por la otra mengua, es la vida. Los abrazos, los regresos, los regalos, la ilusión, las comidas con largas sobremesas, adornar la casa, hacer adornos, cocinar y, sobre todo, la emoción a flor de piel, también vienen en el paquete. Bienvenidos sean.

Yo soy Navidad y este año me engalano con esta manualidad que ilustra esta entrada en el blog, que su trabajo me ha costado. Gracias a quien ha soportado que la casa estuviera patas arriba sin rechistar. Solo le pido que el año que viene no me deje volver a meterme en otra igual o peor, que soy capaz. Gracias desde aquí a todos aquellos que buscaron y me dieron los tubos sin tener claro qué quería hacer, pero aún así colaboraron.¿No es eso también Navidad?

Felices fiestas y que el 2020 sea abundante en lo bueno.

Descansa. Por mucho tiempo que pase, siempre seré tu hija y tú siempre serás mi padre. Te quiero papá.

Descansa

Descansará el alma donde no hay dolor.

Descansará sin temor a perder el resuello.

Ya no hay más que esperar, todo está hecho y lo que se dejó por hacer así quedará por la eternidad. Descansa tu mente fatigada por la lucha, descansa lejos ya del cuerpo que tanto dolió. Ese cuerpo dado que durante toda una vida te cobijó, pero que con el tiempo se rompió en tantos pedazos que tu alma solo vivía ya para escapar.

Esperando una guardia baja que por fin llegó y te dejó libre, quedaste libre para siempre. Yace tu cuerpo pero tu alma vuela a ese cielo en el que creías. Uno más que deja un hueco, que deja llenos algunos corazones optimistas empeñados en ver la botella medio llena en lugar de medio vacía.

Descansas ya y van dos años. Los que seguimos sujetos a la gravedad nos acordamos mucho de ti.

viaje a ninguna parte

El viaje a ninguna parte

El poder de las luces de colores, de la música alta. El olor a nubes de algodón de azúcar y palomitas dulces. Das tu vida por esa moneda que hará girar el jeep de Spiderman que acabas de ver pero ya es tu sueño desde que tienes memoria. El viaje a ninguna parte parece que no va a empezar nunca. Otros niños corren por la atracción hasta su montura elegida cuando suenan ya sirenas y campanas, como si el mundo llegara a su fin. Las luces parpadean al punto de la epilepsia y comienza la diversión. El mundo es un lugar maravilloso aquí y ahora.

De todos los cochecitos el tuyo luce como el más grande, el más luminoso, con más color. Tu voz suena por encima de todo aquel ruido. Sonoras risas alternadas con un ‘mírame’ mientras agitas tu manita saludando a todo aquel que mire.

Aún lo recuerdo como si fuera yo quien diera las vueltas. Mi favorito era el tiovivo, aquellos caballitos de lustrosa melena que subían y bajaban al ritmo de la música de un acordeón. Luces de todos los colores, brillos y espejos que multiplican el efecto de tanto bombillo. Vueltas y más vueltas, pocas para lo que hubiera querido. Mi caballo siempre se llamaba Orión, como el caballero que custodiaba mi sueño todas las noches de invierno. Ojalá las matemáticas se que me dieran tan bien como recordar su historia.

– ¿Me queda otra moneda?

Su pregunta me sacó del recuerdo. Asentí y ella sonrió. Había visto una ballena gigante y quería zambullirse junto a Blue en un viaje esta vez bajo el mar. Luego, ya de vuelta me contaba las historias que se imaginaba en sus viajes o por qué llamó así a la ballena. Donde yo veía vueltas ella nadaba entre sirenas y peces de colores o se enfundaba las mallas para ser la mujer araña.

Cuando perdemos la fantasía, perdemos la niñez y no lo recordamos. Es como esos sueños que te asaltan durante la noche y solo un segundo después de despertar nos abandonan para siempre, dejando solo una sensación.

El viaje terminó y tocaba volver a casa. Solo era el primer día de feria.

40 palabras bellas

40 palabras bellas

Camino como sonámbulo. El desenlace no ha podido ser peor. Tenía la esperanza de que fuera diferente, de que al general tras el inconmensurable esfuerzo realizado se le hubiera olvidado, como a nosotros, el por qué estábamos allí. El alba anunciaba un nuevo día y tras él llegó la aurora. Efímero momento de paz. Todo lo demás era superfluo, ojalá durase más esta sensación. Quizá suene a entelequia pero del otro lado de la montaña nos llegaban señales confusas, puede que por temor a mostrarse débiles. Todos queríamos lo mismo, el inefable sentimiento del fin tras un mes que se me antoja infinito.

El sempiterno dolor que habíamos causado lastraba mi alma, que aunque siendo un peón siempre pensé que podría haberme negado, pero no tuve el valor, no era esa mi misión. Mi resiliencia me ha permitido sobrevivir una vez más, aunque no sé si por mucho tiempo ya. En otra época puede que siguiera en la lucha, fuerte, hábil, pero olvido que todo lo vivido deja huella y pesa. Recuerdo con nostalgia tiempo atrás cuando mi mayor preocupación era controlar la efervescencia de mi juventud. Recuerdo a María, aquella preciosa muchacha de larga melena morena e intensa luminiscencia en el rostro cuando tímida me sonreía. Yo al menos la veía así y ahora en la soledad de mi trinchera no puedo sino añorar el melifluo sonido de su voz cuando al despedirse me dio un ósculo como esperando que sirviera de amuleto y protección.

Triste de mí, la melancolía se adueña de mi ser y lloro. Busco en mis bolsillos un pañuelo con algo de consuelo y sale entre mis dedos su colgante de libélula lapislázuli por serendipia. No puede ser sino compasión de los dioses, en los que a estas alturas ya no creo, pero una epifanía como ahora me obliga a dudar.

 

Nota: 40 de las más bellas palabras del castellano
En la orilla

En la orilla

Sus pies casi tocaban el agua. El día amaneció frío y ni con la llegada del mediodía calentó. Llegó la tarde y allí estaba, en la orilla. Lanzó una piedra al mar. Le lanzó una piedra al sol para que se escondiera ya, pero no le hizo caso. Aún le quedaba un rato antes de irse.

Sabía que el fuego era la única salida. Todo debía arder. No podía quedar nada, ni un mínimo rastro de su presencia. No tenía fuerzas para estar allí, no estaba preparado. Llevaba días intentando entrar pero se quedaba al otro lado de la valla. Hace poco vio a alguien rondando por su cabaña, con la oreja pegada a la puerta y no contento con eso intentó forzar la entrada. Gritó y el intruso huyó.

Lo que fue ya pasó, no iba a volver. El recuerdo impregnado en aquellas paredes, duele. Al fin decidido entró y recogió lo que quedaba. Fotos, libros y alcohol… Lo apiló en la barbacoa de la casa, allí donde compartieron tantas puestas de sol sobre el mar y le prendió fuego. Se quedó hasta verlo reducido a cenizas.

Aquel había sido su refugio, su lugar para esconderse juntos, para respirar su peso. Algo le había hecho volver, aún anda averiguando qué. Sabía por qué se fue, se quebró su vida e incapaz de tomar las riendas se dejó llevar por el viento. Se embarcó y a cambio de duro trabajo a bordo, lo llevaban dando tumbos por los puertos. Se hizo a la mar. Se hizo a no tener tierra bajo sus pies más de lo necesario hasta el siguiente embarque. La soledad fue su mejor amiga, la única en realidad. Apreciaba su silencio, su presencia a su ruego.

Las cenizas volaban al viento sobre el mar. Escapaban los fantasmas a través de sus lágrimas. Me alegro de verte de vuelta le susurró ella por la espalda, ¿me has perdonado ya?

2017

2017

Sí, 2017 agota sus días. No se despedirá al igual que no saludó al llegar. Solo está ahí para poner orden en nuestros días. Somos nosotros los que le damos sentido a todo esto.

Haciendo mi resumen del año revisé las fotos que he hecho. Mi primer pensamiento al verlas ha sido, Cris revisa y borra más. Lo siguiente fue un sentimiento de alegría al ver algunas de ellas. Te aseguro que son un montón. En enero me hicieron un regalo, el objeto más grande que podían poner en mis manos: una cámara de fotos. Aún me emociono al recordar cuando abrí el paquete. Menuda ilusión. Ahí empezó una vida más feliz. He recopilado algunas imágenes que podrás ver en el apartado Edana Captura, con 2017 como nombre de la selección. Mirar el mundo con mi cámara es de lo que más feliz me hace, así que intento premiarme con muchos momentos felices.

Me verás con mi fiel compañera, Nuala, cada día a mi lado, siempre esperando y siempre dando cariño o un momento parar reír. Es mi modelo favorita aunque no siempre colabore, lo que me obliga a ser más rápida que ella. Le agradezco que a su modo me ayude a mejorar. Dispuesta a jugar en cualquier momento aunque sea cogiendo piedras para después soltarlas. Con el agua tiene una relación de amor odio que no acaba de decidir, aunque yo creo que le encanta.

También he mirado mucho al cielo. Cada día. Muchas salidas y puestas de sol, lo confieso, pero todas son tan bonitas y reconfortantes que me resulta imposible no admirarlas. Su luz tan cálida merece de unos minutos para deleitarse en ella. He visto la lluvia, la luna, las nubes y el sol a través de mi cámara. Hasta un pequeño eclipse solar que señala la mano de quien tanto apoyo me da. Vi cómo llegaba el otoño, seco. Solo han caído las hojas de los árboles, porque la lluvia se ha vuelto tímida.

En el camino descubrí un gran secreto: Papá Noel, cuando acaba con su ajetreada navidad se dedica a vigilar un huerto. La agricultura es su otra gran pasión. Todos tenemos proyectos, hobbies o pasiones que nos mueven y hacen días felices.

Pero todo 2017 no fue feliz. Se me encogió el alma cuando vi una gran columna de humo y luego el fuego que arrasó algunas zonas de mi pequeña isla. Aún no he querido ir a verlo, no quiero porque sé que dolerá y de eso he tenido bastante. Lo que no volverá.

Entró en mi cocina una máquina maravillosa que me ayuda a conseguir mejores mezclas y masas con menos esfuerzo. Así que la repostería es ahora más atractiva de preparar y creo que se ha notado con tanto dulce últimamente. Retornaré a la vida salada, prometido.

El año se acaba. Gracias queridos lectores por la compañía en el trayecto, por hacer recetas, reír o llorar con lo que cuento y a veces vivo. Confío en poder seguir con ustedes en 2018. ¡Feliz año nuevo!

Mira aquí un resumen en imágenes.

Una agenda es más que un objeto

Una agenda es más que un objeto

Este 2017 se va a llevar algo más aún. Cuando acabe, se cerrará la última página de mi agenda.

He tenido muchas agendas en mi vida. No soy capaz de recordarme sin ellas. Comencé siendo una niña con aquella que regalaba unos grandes almacenes. Era pequeña y tenía un mes por página, pero me bastaba para apuntar lo que necesitaba. Con el tiempo se quedó corta y empecé a usar una que como si comiera del pastelito de Alicia, creció y creció, para con los años optimizarse en algo más manejable.

Mi agenda, mi confidente, mi memoria en papel. Exámenes, citas y por supuesto los cumpleaños. Todavía hay quien se sorprende porque me acuerdo, pero es mi aliada la que hace que te llegue puntualmente un abrazo por completar una nueva vuelta al sol. Algunos es verdad que recuerdo, pero ella siempre estuvo ahí apuntalando mi memoria.

Estos últimos años se ha vestido de colores y diseños fantásticos de la mano de mi amiga Mina. Cada día una tortuguita o unas flores merodeaban por mi mesa… pero pasaban los días y la ignoraba. Mi agenda, ese cuaderno que en otro tiempo acababa el año exhausta está aún en noviembre como joven adolescente. La tecnología también se hace con mis días. La comodidad vence a su frialdad, pero es tan práctica que no puedo dejarla a un lado.

Sé que no todo lo de antes era mejor, que las cosas cambian y hay que adaptarse pero también sé que echaré de menos despedirme del año en ella. Sé que añoraré saludar al entrante entre sus hojas y que no podré hacer mi resumen de sus 365 días en apenas una cuartilla. Esa soy yo.

Hay cosas que se van, que un día se acaban. Con el 31 de diciembre este año desaparecerá mi agenda y creo merecido el homenaje a su discreción, a su saber estar, a su omnipresencia.

Gracias por los servicios prestados.

el globo terráqueo

El globo terráqueo

La pequeña Lucía jugaba huyendo del aburrimiento con el viejo globo terráqueo de su abuelo. No sé cómo aún se mantenía en su pedestal y era capaz de girar sin salirse del eje. El abuelo siempre decía que no era un objeto para la estantería sino un juguete más. Sus ojos brillaban cuando ella le daba vueltas y lo paraba intentando acertar, al menos en tierra, mientras permanecía con los ojos cerrados. A veces él le pedía que parase el globo en un país concreto. Menuda fiesta hacían entonces. Era la niña de 6 años que más sabía de geografía.

Yo estaba en la cocina haciendo unas galletas para celebrar la semana que había pasado y de repente los oí gritar: ¡México! Carcajadas brotaron de sus gargantas y luego nombraban otros países de la zona. Eran dos chiquillos felices, con una gran diferencia de edad; 80, nada menos, pero a veces no sé quién era más adulto. Cuántas buenas tardes, cuántos recuerdos en torno a ese globo. Quizá con algún año más jugué del mismo modo. Me encantaba verlo girar, descubrir países y mares. Pasar mi dedo por las costas y soñar cómo sería ir allí. Mi padre me contaba historias de lugares remotos, de países al otro lado del mundo.

La lluvia cesó y Lucía vino corriendo a pedirme que la dejara salir con sus botas de agua a pisar charcos. Quería estrenarlas desde su cumpleaños pero no había llovido. Un otoño seco. Asentí con la complicidad del abuelo que también había venido en apoyo de la pequeña. Apenas un minuto después ya se había calzado sus botas azules de agua e intentaba ponerse el abrigo mientras un paraguas hacía equilibrio en su otra mano.

Seguí con mi tarea. Me estaba costando más de lo que pensaba porque no tenía el molde que quería para hacer una galleta especial. Una que llevaría un mensaje muy esperado: en unos meses, Lucía tendría un hermanito.

 

 

ochenta años

Ochenta años

Mi madre, una mujer que cumple ya ochenta años. Hija en plena guerra, educada para ser mujer de la casa: coser, cocinar, parir, criar… Una vida para otros, por otros, poco para sí.

Sin embargo y a pesar de su breves conocimientos de esos que se aprenden en la escuela, me enseñó muchas cosas, posiblemente sin saberlo. Mi madre me enseñó a comer sano y de todo. Me hizo un hueco en su cocina como pinche cuando hacía postres. Me encantaba ayudarla porque al final podía rebañar el bol donde hacía el queque o aquellas tartas de crema y piña con las que todos hemos crecido. Las tartas de manzana me las dejaba decorar porque yo las hacía más bonitas. Aprendí que cualquiera puede enseñarte algo, que de todo se aprende. Siempre la admiré por cómo conocía las piezas de carne; sabía más que nadie.

Aprendí que ser madre es una opción para la mujer, no una obligación. Todo un regalo, sin duda. Es algo que se puede elegir sin que eso merme lo que eres, y aunque ella hubiera sido feliz con algunos nietos más, su frase para todo siempre ha sido: si eres feliz, eso es lo que me importa. Después que tuvo hijos solo vive para ellos, por ellos y si pudiera en lugar de ellos para evitarles sufrimiento.

Descubrí que no hay que poner la otra mejilla, que no hay por qué creer en la Iglesia, que a dios se le puede seguir de varias maneras, o de ninguna. Que el respeto a los otros es importante y la imagen que damos de nosotros es nuestra carta de presentación en todos los campos. Siempre me llevó de punta en blanco, incluso con ropa que hacía para mí con los patrones del ‘Burda‘. De ellos salieron muchas prendas, pero recuerdo un vestido de fiesta, con el cuerpo rojo y la falda larga de fondo oscuro con unas florecillas blancas y rojas alineadas que me encantaba. Tejía por la noche, cuando tenía un hueco, a una o dos agujas. Aún hoy lo hace, y alguna manta y patucos para calentarme los pies en invierno atesoro en mis cajones.

Ahora es ella la que se sorprende por lo que cocino, por lo que intento hacer y logro. Se alegra por lo que he vivido, por la vida que decidí llevar para ser feliz. Entonces sonríe por entender que después de todo no lo hizo nada mal.

Felicidades por esos ochenta años, mamá.