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Adiós. Con las alas rotas también se puede volar

Alas rotas

Nunca hasta ahora había pensado que un adiós pudiera ser el comienzo de algo. Acababa de marcharme sin mirar atrás, sin la mínima duda, sin un titubeo en mis pasos. Apenas me llevo lo puesto, lo demás solo son cosas que prefiero dejar. Menos carga, menos recuerdos. No quiero nada que me lo recuerde. Me basta con saber que no volveré a repetirlo.

Tras ese adiós veo nuevos caminos, todo un mundo por descubrir. No diré que estaba ciega porque sabía que, hacía ya demasiado, cerré los ojos. Los cerré porque no quería ver el camino que había emprendido, todo un descenso al infierno y lo que le permitía. Llegué hasta perder la noción del tiempo más allá de dormir y servir. Me aisló, me apartó de todos, me hizo dejar fuera todo lo que no fuese él. Al principio fue sutil y lo justificaba diciendo que era porque me quería, porque me cuidaba. Era tan convincente que hasta lo justificaba.

Sé que eso es maltrato y que podría haber llamado pidiendo ayuda, pero cuesta tanto descolgar un teléfono cuando no te salen las palabras por miedo a que sea verdad que estás sola…

Y entonces se equivocó.

Me preguntó, dándome opción a cuestionarme si llevaba una vida feliz. Respondí, para mis adentros, que no. A él le asentí. En ese momento abrí los ojos. Fue como darle al interruptor de la luz. A partir de ese instante comencé a pensar y no sé cómo salí de mi hipnosis. Poco tiempo después recogí lo poco que necesitaba. Ni siquiera cerré la puerta dejando que el viento reinante desordenase sus papeles.

Me eché a andar, levantando la mirada del suelo, mirando sin vergüenza, sin temor a que me preguntara qué miraba. Fue entonces cuando la vi y pensé: si tú con las alas rotas aún eres capaz de volar, yo también podré volver a hacerlo.

2019

2019

Y llegó la Navidad, las fiestas, el balance de cómo nos ha ido y 2019 en puertas. El año nuevo suelo plantearlo como un comienzo cada vez. A mí me gusta verlo así. Esta ocasión y con la curiosidad que me caracteriza busqué qué se conmemora según la Organización de Naciones Unidas en el próximo año y encuentro que está compartido entre tres. Tenemos pues que 2019 es el año internacional de:

Por un lado tenemos la Moderación. Me la imagino como una señora de mediana edad que viste de forma conjuntada en unos tonos coral en concordancia con el color del año según Pantone. Todo va de la mano. La mujer con las joyas justas y sobre unos tacones moderadamente sanos pero con dos centímetros más por la coquetería que compensa su moderada altura. Le cuesta ser comedida en eso.

Pide que comamos y bebamos en honor a ella aunque guiña un ojo sabiendo que un homenaje también cabe. Espera en el fondo que llevemos su medida pero que nos la saltemos en colaboración y amor a los otros. Es generosa y ahí no tiene límites. Insiste, con razón, en su presencia contra el extremismo en la sociedad. Está al tanto de cómo vamos y ha decidido irrumpir en nuestras vidas en un intento de fomentar la paz y la seguridad. Bienvenida sea pues esta amable señora.

Por otro lado, la química estará presente. Era una de mis asignaturas favoritas. Formular era tan entretenido como los crucigramas. Se le dedica el año a la Tabla Periódica de los Elementos Químicos por varias razones, que se resumirían diciendo: ¡qué buenos 150 años llevamos y seguimos en el camino para aportar soluciones para el Desarrollo Sostenible! Un olé para esos químicos del futuro.

Nuestro tercer compañero para 2019 son las Lenguas Indígenas. Su conservación y revitalización estarán también presentes. Sirva como dato que de las 7.000 lenguas existentes, el 96% de ellas las utilizan solo el 3% de la población mundial. Hay mucho trabajo por delante.

Así que seamos moderados y sea cual sea la lengua empleada tengamos la mirada puesta en el planeta y su sostenibilidad.

Permítanme el punto friki, por favor. Blade Runner, la mítica película de 1982, transcurre en noviembre de 2019. Ya lo verán en las noticias y dirán: eso lo he oído antes.

Te deseo que las fiestas sean dulces y entrañables. Que brindes desde el corazón y agradezcas lo bueno vivido. Di al menos un te quiero que no sea habitual y abraza estrujando a esa persona. «Todo lo que no es dado es perdido.» (Proverbio indio)

Feliz 2019 y gracias por estar ahí.

viaje a ninguna parte

El viaje a ninguna parte

El poder de las luces de colores, de la música alta. El olor a nubes de algodón de azúcar y palomitas dulces. Das tu vida por esa moneda que hará girar el jeep de Spiderman que acabas de ver pero ya es tu sueño desde que tienes memoria. El viaje a ninguna parte parece que no va a empezar nunca. Otros niños corren por la atracción hasta su montura elegida cuando suenan ya sirenas y campanas, como si el mundo llegara a su fin. Las luces parpadean al punto de la epilepsia y comienza la diversión. El mundo es un lugar maravilloso aquí y ahora.

De todos los cochecitos el tuyo luce como el más grande, el más luminoso, con más color. Tu voz suena por encima de todo aquel ruido. Sonoras risas alternadas con un ‘mírame’ mientras agitas tu manita saludando a todo aquel que mire.

Aún lo recuerdo como si fuera yo quien diera las vueltas. Mi favorito era el tiovivo, aquellos caballitos de lustrosa melena que subían y bajaban al ritmo de la música de un acordeón. Luces de todos los colores, brillos y espejos que multiplican el efecto de tanto bombillo. Vueltas y más vueltas, pocas para lo que hubiera querido. Mi caballo siempre se llamaba Orión, como el caballero que custodiaba mi sueño todas las noches de invierno. Ojalá las matemáticas se que me dieran tan bien como recordar su historia.

– ¿Me queda otra moneda?

Su pregunta me sacó del recuerdo. Asentí y ella sonrió. Había visto una ballena gigante y quería zambullirse junto a Blue en un viaje esta vez bajo el mar. Luego, ya de vuelta me contaba las historias que se imaginaba en sus viajes o por qué llamó así a la ballena. Donde yo veía vueltas ella nadaba entre sirenas y peces de colores o se enfundaba las mallas para ser la mujer araña.

Cuando perdemos la fantasía, perdemos la niñez y no lo recordamos. Es como esos sueños que te asaltan durante la noche y solo un segundo después de despertar nos abandonan para siempre, dejando solo una sensación.

El viaje terminó y tocaba volver a casa. Solo era el primer día de feria.

40 palabras bellas

40 palabras bellas

Camino como sonámbulo. El desenlace no ha podido ser peor. Tenía la esperanza de que fuera diferente, de que al general tras el inconmensurable esfuerzo realizado se le hubiera olvidado, como a nosotros, el por qué estábamos allí. El alba anunciaba un nuevo día y tras él llegó la aurora. Efímero momento de paz. Todo lo demás era superfluo, ojalá durase más esta sensación. Quizá suene a entelequia pero del otro lado de la montaña nos llegaban señales confusas, puede que por temor a mostrarse débiles. Todos queríamos lo mismo, el inefable sentimiento del fin tras un mes que se me antoja infinito.

El sempiterno dolor que habíamos causado lastraba mi alma, que aunque siendo un peón siempre pensé que podría haberme negado, pero no tuve el valor, no era esa mi misión. Mi resiliencia me ha permitido sobrevivir una vez más, aunque no sé si por mucho tiempo ya. En otra época puede que siguiera en la lucha, fuerte, hábil, pero olvido que todo lo vivido deja huella y pesa. Recuerdo con nostalgia tiempo atrás cuando mi mayor preocupación era controlar la efervescencia de mi juventud. Recuerdo a María, aquella preciosa muchacha de larga melena morena e intensa luminiscencia en el rostro cuando tímida me sonreía. Yo al menos la veía así y ahora en la soledad de mi trinchera no puedo sino añorar el melifluo sonido de su voz cuando al despedirse me dio un ósculo como esperando que sirviera de amuleto y protección.

Triste de mí, la melancolía se adueña de mi ser y lloro. Busco en mis bolsillos un pañuelo con algo de consuelo y sale entre mis dedos su colgante de libélula lapislázuli por serendipia. No puede ser sino compasión de los dioses, en los que a estas alturas ya no creo, pero una epifanía como ahora me obliga a dudar.

 

Nota: 40 de las más bellas palabras del castellano
Elvira

Elvira

Me llamo Elvira. Siempre he pensado que hay dos tipos de admiradores: los que saben la dificultad de lo que otros hacen porque se han puesto en sus zapatos y los que ni en sueños serán capaces tan siquiera de acercarse a aquello que les fascina.

El segundo caso es el mío, sin duda. Tengo dos pies izquierdos para el baile y hasta diría que uno es más largo que otro. Mi madre, viendo que su pequeña de 6 años daba saltitos por la casa intentando ir de puntillas, me apuntó en ballet. Fue horrible. Ana, la profesora envejeció por mí varios años en tan sólo tres meses, pero no fue hasta la fiesta de navidad cuando ensayando la grupal lo vi claro: no cuadraba un paso en tiempo y me tropezaba con el resto. Creo que Ana rió y aplaudió durante días cuando colgué las zapatillas. Pero no queda ahí la cosa.

Vista la falta de aptitud para el baile, años más tarde, lo intenté en una coral. Eso fue aún peor. Un gato atropellado por un camión de 18 ruedas tiene más tono y armonía que mi voz. En el coro me dieron un triángulo para que lo tocara tres veces, pero me adelantaba unos segundos y lo golpeaba sin ritmo. De la coral fui a un otorrino por si era cuestión de sordera. Mi madre se preocupó porque había observado que me hablaba y yo no me enteraba; pero sencillamente estaba en mi mundo y coloreando cualquier cosa.

Hace poco asistí, de público por supuesto, a un ballet que comienza la danza al son de un coro a capella. Sencillamente espectacular. Tanto orden, tanta armonía en las voces y en los movimientos… fue maravilloso. Luego empezó la orquesta. Me emociono aún al recordarlo y los ojos se me vuelven a empañar.

Con el tiempo y varias decepciones más descubrí que lo mío era pintar. Dame un pincel o unos lápices y crearé un mundo para ti. A eso me dedico ahora en cuerpo y alma. Soy feliz y nadie sufre, así que todos contentos. Estoy en plena faena y si no te importa te dejo que quiero acabar pronto este trabajo.

Agradecimiento a Mina Ortiz por permitirme ilustrar este relato con su trabajo.

Elvira

Tormenta

Tormenta

Al principio pensé que sería casualidad. Ahora ya no sé qué pensar. Estoy hecho un lío. Necesito hablar con mi amigo Hugo, por saber qué opina. Nos conocemos desde pequeños y hay cosas que no he tenido que decirle para que las sepa. Estar con Hugo es aún más cómodo que si hablara conmigo mismo. Adoro a ese hombre; no sé cómo me las arreglaría sin su punto de vista. Siempre tuerce mi mundo para luego dejarlo todo en su lugar. Me conoce mejor que nadie.

Estaba ansioso por saber qué opinaba y quería contárselo en persona. Solo le envié un mensaje diciendo: “Por fin nuevo frente tormentoso a la vista. A las 8 en el bar.” Siempre le habían gustado los fenómenos atmosféricos, y aunque quiso estudiar meteorología al final se quedó en algo más mundano como las finanzas, pero el tiempo siempre estaba presente en su vida. Una vez me dijo: si viene tormenta nos vemos aquí. Tú pagas.

Le hablé del misterioso hombre de aspecto cansado y sin afeitar que me tropezaba cada vez con más frecuencia. De sus pequeños ojos escondidos tras unas grandes gafas de pasta negra. De la sonrisa casi imperceptible que empezó a mostrar en sus finos labios y de cómo hoy escuché su voz en un delicado y tembloroso, “buenos días”.

Hugo se rió diciendo que parecía un torpe adolescente, preguntándome, ¿cuándo dejarás de esconderte? Apuró su copa y se marchó, dejándome aún colorado y balbuceante.

Al día siguiente, era poco más de medio día, me senté en un banco frente al supermercado, decidido a cruzar algo más que un saludo. Mi corazón latía con más fuerza que nunca, estoy seguro que se veía tras mi camisa blanca. No vas a robar un banco, tranquilo. Respira, me dije.

Entonces lo vi venir por el paso de peatones. Mirada distraída, manos jugueteando con la bolsa vacía y andar sereno. Me levanté y me vio. Ese instante sé que el mundo se paró, que sólo estábamos él y yo. Di un paso y vino hacia mí. Su boca dibujaba una sonrisa enorme y preciosa. Extendió su mano y dijo:

̶ Hola, soy Berto, encantado de conocerte.
̶ Hola, me llamo Andrés y hoy soy libre.

Imagen de una caja blanca vacía

La caja

Me acabo de quedar vacía, sin pasado, muerta por un rato. No he podido ni articular palabra por horas.

Atesoro en una caja blanca unos folios escritos desde la adolescencia. Lo primero que encontrabas al abrirla era una nota escrita en rojo pidiendo por favor que no siguieras. Rezumaba pudor en cada trazo. Esa la quité cuando ya vivía sola; no tenía sentido.

En esa caja no hay ningún novel de literatura pero sí mucho de mí, de cómo empecé a escribir, de por qué lo hacía. Llevaba una libreta encima y en mis ratos muertos, escribía. Muchas historias nacieron en la línea 30 de vuelta a casa. Contaba un sentimiento por un corazón roto, por el egocentrismo de algunos, por el sol que se ponía, por la vida, la oscuridad… La guardaba escondida con la esperanza de un futuro en el que tuviese el valor de mostrarla. Pero ese día no llegaba, cada vez lo veía más lejos, cada vez con menos ilusión.

Eran folios sueltos, páginas arrancadas de mis cuadernos de clase y de aquellas libretas que hacían también las veces de agenda. Incluso había algún dibujo. Mucho de adolescente, pero yo al fin y al cabo. Son cosas que guardas y relees cada mil años y eres capaz de ir a ese momento, de sentirte como entonces y decir, ¡cómo cambian las cosas! Para mí, un tesoro. Me gusta el paso del tiempo y lo que va dejando y lo que cambia.

Pues esa caja no está, desapareció.

Llegó lo que no tuvo que suceder. Me deshice de aquellas palabras, de todas y cada una de ellas. En algún momento debí vaciarla, no sé qué se me pasó por la cabeza. Las releí y las tiré. Solo recuerdo retazos ahora que busco un recuerdo de ese día. No debí hacerlo. Sé que la vida son nuestros recuerdos, no objetos. Es lo que nos trae aquí ahora, pero hay cosas irreemplazables que sí necesitamos. Siento una gran pena. Me arrepiento por haber tirado esas páginas.

Pero la vida sigue. Los días pasan y lo voy asimilando sin dejar aún de preguntarme por qué lo hice. Guardé entonces una caja vacía que me recordara que el miedo no lleva a ningún sitio, que hay al menos que intentarlo y entonces empecé con nuevas palabras.

Ahora tengo un blog.

2017

2017

Sí, 2017 agota sus días. No se despedirá al igual que no saludó al llegar. Solo está ahí para poner orden en nuestros días. Somos nosotros los que le damos sentido a todo esto.

Haciendo mi resumen del año revisé las fotos que he hecho. Mi primer pensamiento al verlas ha sido, Cris revisa y borra más. Lo siguiente fue un sentimiento de alegría al ver algunas de ellas. Te aseguro que son un montón. En enero me hicieron un regalo, el objeto más grande que podían poner en mis manos: una cámara de fotos. Aún me emociono al recordar cuando abrí el paquete. Menuda ilusión. Ahí empezó una vida más feliz. He recopilado algunas imágenes que podrás ver en el apartado Edana Captura, con 2017 como nombre de la selección. Mirar el mundo con mi cámara es de lo que más feliz me hace, así que intento premiarme con muchos momentos felices.

Me verás con mi fiel compañera, Nuala, cada día a mi lado, siempre esperando y siempre dando cariño o un momento parar reír. Es mi modelo favorita aunque no siempre colabore, lo que me obliga a ser más rápida que ella. Le agradezco que a su modo me ayude a mejorar. Dispuesta a jugar en cualquier momento aunque sea cogiendo piedras para después soltarlas. Con el agua tiene una relación de amor odio que no acaba de decidir, aunque yo creo que le encanta.

También he mirado mucho al cielo. Cada día. Muchas salidas y puestas de sol, lo confieso, pero todas son tan bonitas y reconfortantes que me resulta imposible no admirarlas. Su luz tan cálida merece de unos minutos para deleitarse en ella. He visto la lluvia, la luna, las nubes y el sol a través de mi cámara. Hasta un pequeño eclipse solar que señala la mano de quien tanto apoyo me da. Vi cómo llegaba el otoño, seco. Solo han caído las hojas de los árboles, porque la lluvia se ha vuelto tímida.

En el camino descubrí un gran secreto: Papá Noel, cuando acaba con su ajetreada navidad se dedica a vigilar un huerto. La agricultura es su otra gran pasión. Todos tenemos proyectos, hobbies o pasiones que nos mueven y hacen días felices.

Pero todo 2017 no fue feliz. Se me encogió el alma cuando vi una gran columna de humo y luego el fuego que arrasó algunas zonas de mi pequeña isla. Aún no he querido ir a verlo, no quiero porque sé que dolerá y de eso he tenido bastante. Lo que no volverá.

Entró en mi cocina una máquina maravillosa que me ayuda a conseguir mejores mezclas y masas con menos esfuerzo. Así que la repostería es ahora más atractiva de preparar y creo que se ha notado con tanto dulce últimamente. Retornaré a la vida salada, prometido.

El año se acaba. Gracias queridos lectores por la compañía en el trayecto, por hacer recetas, reír o llorar con lo que cuento y a veces vivo. Confío en poder seguir con ustedes en 2018. ¡Feliz año nuevo!

Mira aquí un resumen en imágenes.

Primera vuelta al sol

Primera vuelta al sol

Llevo un año en la luz. Hoy se completa mi primera vuelta al sol como Edana Cuenta. Soy feliz. Me queda mucho por hacer y me gustaría que estuvieras ahí para verlo.

Este año te presenté a mis padres por sus cumpleaños. Pocas veces regalos tan personales han sido públicos y sin embargo me alegro de haberlo hecho. Sé que mi padre lo leyó mil veces y que cada palabra era una tirita que le aliviaba su maltrecho cuerpo. Soy tan feliz de haberlo escrito que la emoción me puede. Gracias por no sufrir más, ‘pa’.

Sé que mi madre se reconoció en cada palabra escrita y a su modo me lo agradeció. Una mujer que puede estar orgullosa de las cuatro joyas que sacó adelante. Gracias, ‘ma’.

Juntos hemos viajado por el abecedario y visto otros países en bicicleta. Hemos recogido los trozos de corazones rotos viendo cómo el sol se oculta, y hasta hemos muerto. Vimos por otros ojos que pintaban hermosos lienzos o cosían barcos y faros. Soñamos con que nos sacaran del estanque con un beso, yendo felices con un sombrero rojo a chapotear tras la lluvia con nuestras botas de agua.

Nadamos, volamos y hasta fuimos astronautas. Todo en Edana Cuenta. Relatos que alimentan la mente porque al cuerpo bien que te gusta darle dulce. Sí, me confieso también culpable. Pero ahora con las fechas que llegan será difícil no seguir con él, aunque eso sí, cada vez con menos azúcar. También tengo salado y muy rico.

Además has visto a Nuala, el tercer miembro de mi pequeña familia. Una adorable y mimosa labradora. Adoro a ese animal y aún hoy, más de 4 años con ella, digo eso de, ¡quién me ha visto…!

Pero las fotos no han sido solo a ella. El cielo y la naturaleza han posado para mí. Voy por la calle viendo fotos por hacer en todos lados, temas en los que centrarme y que poco a poco voy fotografiando. Es un vicio que me cautiva. Cojo la cámara y me olvido del mundo. Es maravilloso.

Gracias a quien comparte su vida conmigo cada día y pasa de puntillas cuando estoy con mis fotos, o parando sin rechistar cuando necesito captar ese momento durante un paseo. Gracias por ser mi conejillo de indias con mis recetas, por decirme lo bueno y lo malo. Por ser, por estar, por amar.

Todo un año que ha dado para mucho. ¿Vamos a por otro año más?

el globo terráqueo

El globo terráqueo

La pequeña Lucía jugaba huyendo del aburrimiento con el viejo globo terráqueo de su abuelo. No sé cómo aún se mantenía en su pedestal y era capaz de girar sin salirse del eje. El abuelo siempre decía que no era un objeto para la estantería sino un juguete más. Sus ojos brillaban cuando ella le daba vueltas y lo paraba intentando acertar, al menos en tierra, mientras permanecía con los ojos cerrados. A veces él le pedía que parase el globo en un país concreto. Menuda fiesta hacían entonces. Era la niña de 6 años que más sabía de geografía.

Yo estaba en la cocina haciendo unas galletas para celebrar la semana que había pasado y de repente los oí gritar: ¡México! Carcajadas brotaron de sus gargantas y luego nombraban otros países de la zona. Eran dos chiquillos felices, con una gran diferencia de edad; 80, nada menos, pero a veces no sé quién era más adulto. Cuántas buenas tardes, cuántos recuerdos en torno a ese globo. Quizá con algún año más jugué del mismo modo. Me encantaba verlo girar, descubrir países y mares. Pasar mi dedo por las costas y soñar cómo sería ir allí. Mi padre me contaba historias de lugares remotos, de países al otro lado del mundo.

La lluvia cesó y Lucía vino corriendo a pedirme que la dejara salir con sus botas de agua a pisar charcos. Quería estrenarlas desde su cumpleaños pero no había llovido. Un otoño seco. Asentí con la complicidad del abuelo que también había venido en apoyo de la pequeña. Apenas un minuto después ya se había calzado sus botas azules de agua e intentaba ponerse el abrigo mientras un paraguas hacía equilibrio en su otra mano.

Seguí con mi tarea. Me estaba costando más de lo que pensaba porque no tenía el molde que quería para hacer una galleta especial. Una que llevaría un mensaje muy esperado: en unos meses, Lucía tendría un hermanito.