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corredor

El corredor en la pandemia

Tengo perro, una adorable labradora chocolate como posiblemente sepas ya. Cuando todos eran obligados a permanecer en casa nosotras salíamos a dar un mini paseo. Al principio era raro salir. El mantra de no toques nada, no te toques la cara, lo repetía mientras daba los primeros pasos fuera de casa.

Lo cierto es que en ocasiones no me tropezaba con nadie, no circulaban coches y el silencio se había hecho dueño de la calle. La sensación era una mezcla de miedo por esa soledad, por saber que un virus que mataba tan fácil estaba por ahí suelto. A veces oía hasta el eco de mis pasos. Pero la sensación cambió a culpabilidad porque yo podía salir con Nuala y mi familia con la que hablaba tres veces en semana seguía recluida, o por mis amigos que en pisos de 60 metros cuadrados pasaban los largos días.

Y el sentimiento cambió: no era culpa mía.

Por una vez tener perro era un privilegio que manejado con cuidado nos brindaba oxígeno. Así que salir se convirtió en un gran disfrute. El silencio era un regalo. Las calles limpias un lujo. Ver el sol ponerse tras la montaña disfrutando de sus rayos ahogados por las sinuosas formas todo un placer. Echaba de menos el mar, soy isleña y lo añoro, pero tenía el cielo sobre mi cabeza, pájaros más cerca que de costumbre, tranquilidad absoluta y el regalo del aire limpio. Eran unos pocos minutos, pero estaban llenos de paz.

Y volvió a cambiar. La burbuja en la que se habían convertido las salidas a calle se rompió.

De repente todos eran corredores, ciclistas, zombies que recorrían las calles y nosotras los esquivábamos como en un juego de Super Mario, pero aquí no estaban en juego unas monedas, no, aquí nos jugamos lo más preciado: la salud, incluso la vida. Tocaba un continuo bajar de la acera, cruzar la calle, subir… Así que cambiamos las horas de paseo. Lo más curioso es que, antes de esto, había un corredor habitual y de lejos sus veloces pasos anunciaban su presencia. Nosotras nos hacíamos a un lado por cortesía para no interrumpir su marcha. Es al único que no hemos visto correr.

Las calles vuelven a estar sucias y a la basura habitual sumamos guantes y mascarillas. No, no saldremos siendo mejores de esta. Solo saldremos menos.

La radio

La radio

He oído mucha radio a lo largo de mi vida. Una de las primeras voces fue la del Sr. Gabilondo. Conozco su voz desde que tengo memoria. Todas las mañanas desayunaba con él de fondo en la radio que mi madre encendía desde el alba. No sabía de qué hablaban y perdóneme que le diga que solo deseaba que llegara la conexión territorial de la mano de Mara González, en la que al final, leían un cuento, a veces solo unas líneas o nada, comenzando así un día sin historia.

Agradezco a mi madre, que encendiera la radio cada mañana durante tantos años. Vaya desde aquí mi homenaje a esas voces de las emisoras.

Quizá, sin saberlo, de ahí venga mi pasión por escribir historias cortas, esos breves relatos que apenas necesitan el tiempo de un café para ser leídos. A veces relatos surrealistas, reflexiones, historias de otros, o como hoy, lo que me es más querido: recuerdos.

Quién sabe por qué somos como somos o por qué hacemos lo que hacemos. Sé que crecí con el ver, oír y callar sobre mi espalda cada vez que salíamos de casa. No sé qué tanto podría decir para que esa consigna me persiguiera por años. Quizá por haber callado ese tiempo, mientras observaba y escuchaba, inventaba historias y ahora escribo relatos. Quizá por eso sea una habladora empedernida que hasta le habla a la perra y le va contando lo que que hace, lo que piensa, lo que ve.

Disfruto mostrando el mundo tal y como lo veo, contando las historias de cuanto imagino. ¡Bendita imaginación! Como cuando éramos pequeños y armados con una caja, unas cañas y cuerda nos hacíamos un fuerte. Por la tarde, para disfrutar de su sombra teníamos que sentarnos fuera aunque aún no supiéramos el porqué. Eso nos lo enseñaron un poco más tarde en el colegio. Siempre aprendiendo.

El mundo por mis ojos. El mundo en mis propias palabras. Tanto tiempo, tanto por decir.

2019

2019

Y llegó la Navidad, las fiestas, el balance de cómo nos ha ido y 2019 en puertas. El año nuevo suelo plantearlo como un comienzo cada vez. A mí me gusta verlo así. Esta ocasión y con la curiosidad que me caracteriza busqué qué se conmemora según la Organización de Naciones Unidas en el próximo año y encuentro que está compartido entre tres. Tenemos pues que 2019 es el año internacional de:

Por un lado tenemos la Moderación. Me la imagino como una señora de mediana edad que viste de forma conjuntada en unos tonos coral en concordancia con el color del año según Pantone. Todo va de la mano. La mujer con las joyas justas y sobre unos tacones moderadamente sanos pero con dos centímetros más por la coquetería que compensa su moderada altura. Le cuesta ser comedida en eso.

Pide que comamos y bebamos en honor a ella aunque guiña un ojo sabiendo que un homenaje también cabe. Espera en el fondo que llevemos su medida pero que nos la saltemos en colaboración y amor a los otros. Es generosa y ahí no tiene límites. Insiste, con razón, en su presencia contra el extremismo en la sociedad. Está al tanto de cómo vamos y ha decidido irrumpir en nuestras vidas en un intento de fomentar la paz y la seguridad. Bienvenida sea pues esta amable señora.

Por otro lado, la química estará presente. Era una de mis asignaturas favoritas. Formular era tan entretenido como los crucigramas. Se le dedica el año a la Tabla Periódica de los Elementos Químicos por varias razones, que se resumirían diciendo: ¡qué buenos 150 años llevamos y seguimos en el camino para aportar soluciones para el Desarrollo Sostenible! Un olé para esos químicos del futuro.

Nuestro tercer compañero para 2019 son las Lenguas Indígenas. Su conservación y revitalización estarán también presentes. Sirva como dato que de las 7.000 lenguas existentes, el 96% de ellas las utilizan solo el 3% de la población mundial. Hay mucho trabajo por delante.

Así que seamos moderados y sea cual sea la lengua empleada tengamos la mirada puesta en el planeta y su sostenibilidad.

Permítanme el punto friki, por favor. Blade Runner, la mítica película de 1982, transcurre en noviembre de 2019. Ya lo verán en las noticias y dirán: eso lo he oído antes.

Te deseo que las fiestas sean dulces y entrañables. Que brindes desde el corazón y agradezcas lo bueno vivido. Di al menos un te quiero que no sea habitual y abraza estrujando a esa persona. «Todo lo que no es dado es perdido.» (Proverbio indio)

Feliz 2019 y gracias por estar ahí.

40 palabras bellas

40 palabras bellas

Camino como sonámbulo. El desenlace no ha podido ser peor. Tenía la esperanza de que fuera diferente, de que al general tras el inconmensurable esfuerzo realizado se le hubiera olvidado, como a nosotros, el por qué estábamos allí. El alba anunciaba un nuevo día y tras él llegó la aurora. Efímero momento de paz. Todo lo demás era superfluo, ojalá durase más esta sensación. Quizá suene a entelequia pero del otro lado de la montaña nos llegaban señales confusas, puede que por temor a mostrarse débiles. Todos queríamos lo mismo, el inefable sentimiento del fin tras un mes que se me antoja infinito.

El sempiterno dolor que habíamos causado lastraba mi alma, que aunque siendo un peón siempre pensé que podría haberme negado, pero no tuve el valor, no era esa mi misión. Mi resiliencia me ha permitido sobrevivir una vez más, aunque no sé si por mucho tiempo ya. En otra época puede que siguiera en la lucha, fuerte, hábil, pero olvido que todo lo vivido deja huella y pesa. Recuerdo con nostalgia tiempo atrás cuando mi mayor preocupación era controlar la efervescencia de mi juventud. Recuerdo a María, aquella preciosa muchacha de larga melena morena e intensa luminiscencia en el rostro cuando tímida me sonreía. Yo al menos la veía así y ahora en la soledad de mi trinchera no puedo sino añorar el melifluo sonido de su voz cuando al despedirse me dio un ósculo como esperando que sirviera de amuleto y protección.

Triste de mí, la melancolía se adueña de mi ser y lloro. Busco en mis bolsillos un pañuelo con algo de consuelo y sale entre mis dedos su colgante de libélula lapislázuli por serendipia. No puede ser sino compasión de los dioses, en los que a estas alturas ya no creo, pero una epifanía como ahora me obliga a dudar.

 

Nota: 40 de las más bellas palabras del castellano
San Juan

San Juan

Noche de San Juan. Por mi ventana entreabierta llega hasta mí el olor de las hogueras que arden cerca. Fuego que deseamos devore todo lo malo que le lanzamos con la esperanza que lo bueno llegue por fin a nuestras vidas. Llegó el verano y ya estamos de fiesta saltando el fuego y brindando por todo. Cualquier excusa es buena: viva el verano, viva San Juan.

Noche mágica, llena de recuerdos y supersticiones. Recuerdo ver el vibrante fuego en un montón de puntos luminosos por barrancos y rincones. El calor intenso que casi quemaba las pestañas. Es el único fuego que me gusta mirar y siempre desde el respeto. Mientras, en las brasas las piñas que se asaban en una eternidad y que devorábamos en un suspiro. Recuerdo la oscuridad alrededor de la hoguera, las sombras que bailaban al compás de la brisa, el intento de ver en el cielo algo más que el humo perturbando una malla de estrellas.

Noche de San Juan. Cuídense de brujas y hechizos o aprovechen su magia para saber el nombre del futuro marido o si tendrá dinero. Eso contaban las historias a las mujeres antaño. Les decían: coge tres papas; pela una, otra solo la mitad y la tercera no se toca. Las tiras debajo de la cama y por la mañana, sin mirar coge una. En función de la cantidad de piel que tuviera sería la fortuna del futuro esposo. Lo que se deben aburrir las pobres brujas para dedicarse a esos menesteres en una noche tan larga y cálida como la noche de San Juan.

Salten las llamas si se atreven y rían. Pidan la renovación al fuego de las hogueras de San Juan antes de que se consuman y sean presa de la oscuridad que se les cierne. Con la mañana quedarán los restos, las cenizas que a poco que sople el viento, volarán.

Volar, volar libres

Volar, volar libres

Caminaba tranquilo por el sendero marcado. Sabía que no debía salir de él pero estaba tentado. Con mi cuaderno de notas iba registrando las aves de la zona y ellas no entienden de senderos. Volar, volar libres; de eso sí que saben. Desde pequeño me gustaba verlas y con el tiempo aprendí a buscarlas, a esperarlas. Ahora necesito encontrarlas y por eso estoy aquí. Es una zona tranquila, llena de vegetación y con buenos rincones para que aniden. Se han acostumbrado a ver gente y eso facilita mi labor. Son menos esquivas, algo más curiosas y sociables a su modo. A mí me basta así.

Apenas llevo una hora y ya tengo registradas varias zonas con nidos. Es fantástico. Pronto los polluelos romperán el cascarón y tendré muchas oportunidades de capturar el instante, al fin y al cabo, una imagen vale más que mil palabras, ¿no? Bueno, ya sé que todo no se puede fotografiar, pero verlos es indescriptible para mí.

Fui un niño de ciudad, pero de ciudad pequeña. Con poco que te alejaras ya estabas en plena naturaleza, y a veces hasta por mi calle se podían ver golondrinas. Me encantaba verlas volar, tan veloces con sus piruetas. Mientras, en mi cabeza repetía a Bécquer con sus versos de balcones, nidos y oscuras aves. Era mi poema favorito en la escuela. La profesora me puso un diez por mi dibujo recreándolo. Creo que ahí ya dejé el tonteo y me enamoré, de las aves claro.

Así que aquí estoy, de mi pasión hice profesión. Siempre mirando al cielo, pero no arriba del todo sino un poco más abajo, por las copas de los árboles, entre las ramas. Pero hoy la naturaleza me sorprendió. El agua no solo da vida sino que a veces se alía con el sol y nos da color. Un intenso arco iris iba y venía al ritmo del aspersor. Brillan los colores y por una vez estoy donde nace y acaba el arco iris, todo a la vez. Pero no hay oro, o quizá el premio sea poder disfrutar de este instante, de la belleza efímera y casual que se nos brinda. ¿Acaso es que debe valer dinero para ser un tesoro?

El aspersor paró y el arco iris desapareció. Rota mi burbuja, sigo mi camino buscando algunas aves más.

Copa de un árbol viejo

Federico, el árbol de las preguntas

Un longevo árbol en el fondo de un barranco vivía. No porque se mudara sino porque nació allí y los árboles donde nacen, morirán. Toda la vida con las mismas vistas, aunque aquellos que crezcan alto podrán ver un poco más lejos cada vez.

Este árbol al que llamaban Federico está solo en tierra de nadie. Aprendí que por la forma de sus ramas, que ya no señalan al cielo sino que se abren a los lados, es un árbol viejo. La tierra le llama. Lo de Federico es porque según cuentan los mayores, una vez un hombre así llamado fue hasta el árbol y allí murió. A partir de ese día, se fue quedando tan desgarbado como él. Algunos decían ver su cara en la corteza. A mí me daba miedo esa historia, pero dicen que quien a él acude porque tiene un quebradero de cabeza vuelve con preguntas sobre su vida que al responderlas le permiten avanzar. Mi abuela decía que era el árbol de las respuestas, porque para ella te respondía en forma de preguntas como Federico, que era de madre gallega.

A mi abuela, la historia se la contó su abuelo; hace muchos años que la gente va. Yo aún no he ido hasta él. Me he acercado a hurtadillas cuando alguien lo visita, pero no he visto nada más que un árbol. Quizá porque no tengo nada de qué hablar. Federico es más grande de lo que parece. Harían falta varios hombres para rodearlo con sus brazos. De lejos no parece tanto.

El otro día vi a tío Tomás. Se sentó entre sus raíces y apoyó su espalda en el tronco tapando su cara con las manos, como si llorara. Me sentí mal por espiarlo y como la noche se acercaba ya, volví a casa. El lucero me acompañaba mientras mis pensamientos divagaban en cómo iba un árbol a decir nada. Cosas de mayores, concluí.

la botella de gel

La botella de gel

Ayer de madrugada la botella de gel decidió poner fin a su vida y se dejó caer en la bañera vacía. No podía haber elegido peor momento. El reloj marcaba las 3:27 am y nos despertó a todos. Si su intención era irse haciendo ruido desde luego que lo consiguió; nunca la veré igual. Su vida se había acabado y sabía que el reciclaje le esperaba. No es mala vida. Podría acabar en un tiesto con grandes vistas desde un balcón o quién sabe.

Entiendo que hasta ahora su vida ha sido triste, casi insignificante. Ahora que lo pienso cuando aún estaba llena quiso llamar mi atención y se precipitó sobre mi pie. La maldije por el dolor causado y no volvió a intentarlo. Pasó el resto de su tiempo entre nosotros allí, en el borde de la bañera con su compañero el champú y la crema para rizos que es la más longeva. A saber qué historia le habría contado de sus antecesoras.

Quizá si supiera la de vídeos que hay en YouTube con reciclajes para botes como ella se sentiría más feliz. O Pinterest que es una locura de ideas de lo más variopintas. Es curioso cómo conocer más mundo nos puede hacer más felices, o quizá más desdichados por no alcanzarlo. Una vez más el optimismo se hace paso. Sin duda mi gel no era optimista. No se le pegó de mí en el tiempo que vivimos juntas. No me escuchó cantar en la ducha según mi estado de ánimo y aprender que hay días buenos y malos.

Ahora voy de camino al contenedor amarillo a darle otra oportunidad. Espero que sea más feliz y no vuelva a causar semejante estrépito en mitad de la noche. Un gel de avena ayer se lanzó al vacío. Adiós y gracias por los servicios prestados.

Por qué Edana

Por qué Edana

La pregunta de por qué Edana se repitió durante el día del lanzamiento como cabría esperar.

El primer impulso para responder a esa cuestión fue inventarme algo, claro. Al sentarme a escribir me pareció que la verdad tenía suficiente peso y no podía, ni quería ocultarla.

Edana apareció hace unos cuantos años ya en mi vida. Siento decepcionar a alguno, pero la verdad es que necesitaba un nombre para un personaje de un juego, una hechicera que lanzaría fuego. Concienzudamente busqué y busqué un nombre que me gustara. Edana significa fuego. Me cautivó el nombre por su fuerza y lo que representaba. Era ideal.

Con el tiempo, Edana me ha ido acompañando como nombre de otros personajes y nicks varios. Lo he modificado un poco a veces añadiendo una h en medio, mira una h*, o doble n, pero Edana siempre latía dentro. Algunos amigos a día de hoy me conocen por ese nombre por los ratos que pasábamos juntos jugando. Fue muy divertido.

Así que, inicialmente, no fue más que un nombre para un personaje en un juego o eso creía yo. Me gustaba ser ella, valiente, atrevida, inmortal; bueno, en realidad con más vidas que un gato porque soy torpe, me caía y moría. Bueno, quizá no fuera valiente pero permítanme la licencia de contarlo así.

Siguieron los días y meses. Necesitaba contar cosas al mundo y un blog fue la respuesta. Ante la pregunta inicial de cómo llamarlo lo tuve claro: Edana tenía que estar ahí. La parte del cuenta entiendo que debe ser obvia porque nadie preguntó por ella. Así nació Edana cuenta.

*Si no sabes por qué digo ‘mira una h’, deberías leer ‘La frustración de la H

Letra H en busca de sus amigas la c y la a para ir a bailar

La frustración de la H

La h muda, ignorada, ni siquiera cuenta para acentuar. Frustrada esta octava letra de nuestro alfabeto porque alguien decidió que ningún sonido acompañara su presencia. La podemos ver al principio de algunas palabras o escondida en medio de sus compañeras las letras sonoras, pasando por completo desapercibida. Triste está la h. A nadie le importa si va despeinada o si repite el mismo vestido dos días. No se da cuenta de su poder, o me dirán que nunca tuvieron la curiosidad de ser invisibles y entrar donde quisieran sin ser vistos.

La h se frustra al creer ella que no cuenta solo porque no suena y sin embargo eso la hace única. Mira una h.

Qué seríamos sin la escalera del alfabeto. Naufragaríamos cada día entre tanta ‘ola’. El hombre se sentiría desnudo, el huérfano más abandonado y no tendríamos hermosura. Qué haríamos sin ella, la necesitamos para hablar y no ahogarnos solos en nuestras historias, echando mano del humor y al llegar al hogar holgazanear hasta el siguiente día hábil. Ay h, te necesitamos.

A veces para no sentirse tan sola salta a la tercera posición del alfabeto para ver a su amiga la c porque juntas tienen ese peculiar sonido y van en busca de la a para salir a bailar… cha cha cha.