Este 2017 se va a llevar algo más aún. Cuando acabe, se cerrará la última página de mi agenda.
He tenido muchas agendas en mi vida. No soy capaz de recordarme sin ellas. Comencé siendo una niña con aquella que regalaba unos grandes almacenes. Era pequeña y tenía un mes por página, pero me bastaba para apuntar lo que necesitaba. Con el tiempo se quedó corta y empecé a usar una que como si comiera del pastelito de Alicia, creció y creció, para con los años optimizarse en algo más manejable.
Mi agenda, mi confidente, mi memoria en papel. Exámenes, citas y por supuesto los cumpleaños. Todavía hay quien se sorprende porque me acuerdo, pero es mi aliada la que hace que te llegue puntualmente un abrazo por completar una nueva vuelta al sol. Algunos es verdad que recuerdo, pero ella siempre estuvo ahí apuntalando mi memoria.
Estos últimos años se ha vestido de colores y diseños fantásticos de la mano de mi amiga Mina. Cada día una tortuguita o unas flores merodeaban por mi mesa… pero pasaban los días y la ignoraba. Mi agenda, ese cuaderno que en otro tiempo acababa el año exhausta está aún en noviembre como joven adolescente. La tecnología también se hace con mis días. La comodidad vence a su frialdad, pero es tan práctica que no puedo dejarla a un lado.
Sé que no todo lo de antes era mejor, que las cosas cambian y hay que adaptarse pero también sé que echaré de menos despedirme del año en ella. Sé que añoraré saludar al entrante entre sus hojas y que no podré hacer mi resumen de sus 365 días en apenas una cuartilla. Esa soy yo.
Hay cosas que se van, que un día se acaban. Con el 31 de diciembre este año desaparecerá mi agenda y creo merecido el homenaje a su discreción, a su saber estar, a su omnipresencia.
Gracias por los servicios prestados.