Y si un día te dieras cuenta de que es tarde, que se te ha pasado el tiempo. No digo diez minutos de retraso en una cita aunque fuera importante, digo tarde en tu existencia.
Sobre tus hombros toda una vida, intensa, larga; vivida sí, pero con flecos. Con pesados flecos de cosas que siempre has pospuesto por no saber cómo atajarlas o peor aún, que ni habías visto. Llevan delante de ti tanto que creías debían formar parte del paisaje, pero no.
Un día, algo sucede. Una chispa, el viento que te sorprende con un cambio de dirección y se lleva tu sombrero; un, ¿y por qué así? De repente te quedas sin suelo bajo los pies. Todo es distinto aunque nada más ha cambiado que tus ojos, tu mirada, tu forma de interpretar el mundo. Pero te sientes vieja, eres demasiado mayor para empezar de nuevo. Más te pesan aún esos años vividos. Más te cuesta moverte, hasta el aire te falta. Recuerdas las figuras del museo de cera, esas que tanto te espantaron, y te sientes atrapada en una de ellas.
Respira. Respira no vayas a quedarte aquí ahora. Vendrán los por qués, el cómo no lo vi, un cómo pude aguantarlo. Pero nada tendrá respuesta porque hacerlo será aún más doloroso. No más dolor, gracias.
Un día intentarás salir del cascarón de cera que te aprisiona, aunque sea a base de reproches. Otros días seguirás como si nada hubiera despertado, como si nada cambiase, total para qué. Y lloras. Lloras por la cobardía en la que te sumiste. Lloras por haber seguido la educación recibida, por no haber sido más crítica. ¿Crítica? No sé ni cómo conoces la palabra.
Respira y sal al sol con ese sombrero rojo que un día compraste y apenas has usado. Quizá lo más difícil sea seguir con todo ese peso a cuestas, pero no queda otra. Aprende a vivir con ello. Quizá, si lo logras, disfrutes de este paso por la vida, porque vivir también era eso.