Dicen que ‘las bicicletas son para el verano’ y como ya es otoño pues no sé qué será de mí ahora. Es mi primer año aquí y desconozco qué harán conmigo.
Se acabó el verano pero aún hace calor. Aunque hablan de la eterna primavera y el buen tiempo, los niños ya no juegan como en las vacaciones. Cuando llegué el verano aún ni se soñaba. Mi niña me sacó de paseo. Había muchos colores vibrantes, gente risueña y luces. Fueron días maravillosos. Pasábamos horas en la calle aunque el sol se iba pronto. Parques y paseos, ida y vuelta. Daba igual el viento a favor o en contra. Yo, rápida como el rayo me dejaba llevar por ella. Luego paró. Me dejó aquí, en este balcón. Para mi fue una eternidad, pero por fin vino a por mí. Me dejó brillando y comenzamos lo que sería la época más feliz de mi vida.
Cambiamos de casa y otros niños se unieron a nosotras en locas carreras. Largos paseos hacia el sol como los aventureros. Calle arriba calle abajo en el pueblo. La diversión estaba asegurada. Sin reloj, sin prisa, todo el día juntas.
Pero sí, las bicicletas son para el verano, ahora lo sé. Volvimos a casa y aquí estoy, nuevamente en el balcón, olvidada. Este no es lugar para una bicicleta. Mi sitio está en la calle, me da igual un parque, o a campo través. Lo que me gusta es sentir el viento en los radios, que los pedales hagan dar mil vueltas a las ruedas.
Ella a veces se asoma y me mira añorando otros tiempos, pero cierra y se va. Se sienta con la cabeza entre libros y nada más. Ayer dejaron la puerta abierta por el calor y les oí algo de un trastero. No sé si será divertido o el nombre de otro lugar en el que disfrutar de nuevas aventuras. Mientras tanto aquí aguardo a otro verano.