Ortografía

Ortografía

El otro día se me coló una j donde iba g. No podía creerlo. Pasé el resto de la tarde meditando sobre ello. Siempre me ha gustado la ortografía… sé lo que estás pensando, ¡qué rara! Pues sí, y orgullosa de ello; del gusto por la ortografía, no de rara, ¡eh! He tenido la letra muy fea toda la vida pero al menos escribía correctamente. Y más que fea, casi ilegible.

Ahora y cada vez con más frecuencia, dudo y consulto el diccionario. Junto con las linternas, los diccionarios son esos objetos que llamaban mi atención de pequeña y siempre quería tener uno cerca. Recuerdo pasar largos ratos leyendo palabras y sus definiciones. ¡Cuánto se aprende! Pero eso es otra historia.

Así que aquí me veo pensando y caigo en la cuenta de que estamos bombardeados en las redes sociales y servicios de comunicación inmediata por errores sangrantes. Ya no es que se puntúe mal, es que ni se hace. No es que se coman letras, es que se transforman tanto las palabras que a veces hay que leerlas tres o cuatro veces para adivinar qué es. Cada vez estoy más por la labor de dejar de leer cuando veo esos despropósitos lingüísticos. Me hacen daño a los ojos y a mi ortografía. No estoy dispuesta ni a lo uno ni a lo otro. Entiendo un desliz, un descuido; somos humanos. Pero no un adiós a las comas, a los puntos, a las b por v, a las h que aunque frustradas y mudas tienen un lugar como ya sabemos. Me niego a todo eso.

Sacaría un rotulador rojo e iría corrigiendo por ahí todas las faltas que me tropiezo, pero sé que no tendría horas el día para semejante labor.

Ya he puesto en marcha no leer, no dar un me gusta o compartir una publicación garrafalmente escrita. No sé si lo hacen por pereza, porque son gandules o por falta de conocimiento e interés. Y peor aún, no tengo claro qué prefiero pensar, pero al menos no difundiré su escabechina.

Lo siento por los ofendidos, aunque ellos no sientan pena por mis ojos.

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