La sonrisa de Olga

La sonrisa de Olga

Salia yo distraída de un centro comercial, cuando la sonrisa de una voluntaria detrás de una hucha me asaltó, sacándome del mundo en el que quedé encerrada días atrás. Las malas noticias, las peores noticias nos encierran en lugares oscuros y sin aire.

Aún el nudo en el estómago me apretaba contra las costillas como si una bola de acero golpeara una y otra vez ahí. Tenía un tapón que bloqueaba cualquier intento de sentir.

Un agresivo cáncer apareció en la familia y aún estábamos por digerirlo. Cuesta verbalizarlo casi tanto como escucharlo, a pesar del esfuerzo de muchos médicos de suavizar el golpe usando palabras menos agresivas. Pero es lo que es.

Así, que en un vano proyecto de distracción paseando entre gente y tiendas, Olga me sacó de mi burbuja oscura. Pedía, sacudiendo la hucha, colaboración por pequeña que fuera. No sé qué cara puse, pero me leyó en la expresión lo que me rondaba. Asentí contenida y me preguntó quién y qué. Ante mi respuesta habló de sus 7 operaciones, que en breve serían 8. Pero ella allí seguía, con una sonrisa sincera como arma, contando su historia. La superación hecha persona, el ánimo en lo alto. Generosa en sus palabras, en su afecto, sin quitar un ápice de dolor o importancia. Afrontando la carga como el que lleva un simple sombrero de paja. Una fortaleza de la que yo carecía en aquellos momentos. Jamás me he alegrado tanto de pararme ante un desconocido.

Desarmada, sentí que el tapón comenzaba a salir. Dejé de ver claro por las lágrimas que brotaban, y ella se emocionaba conmigo. Le pedí un abrazo y dejando la hucha en la mesa me abrazó. No todo el mundo sabe hacerlo. Olga sí. Ojalá Olga siga siendo Olga, y saque de la oscuridad a los perdidos en ella, porque del cáncer se puede salir.

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