Copa de un árbol viejo

Federico, el árbol de las preguntas

Un longevo árbol en el fondo de un barranco vivía. No porque se mudara sino porque nació allí y los árboles donde nacen, morirán. Toda la vida con las mismas vistas, aunque aquellos que crezcan alto podrán ver un poco más lejos cada vez.

Este árbol al que llamaban Federico está solo en tierra de nadie. Aprendí que por la forma de sus ramas, que ya no señalan al cielo sino que se abren a los lados, es un árbol viejo. La tierra le llama. Lo de Federico es porque según cuentan los mayores, una vez un hombre así llamado fue hasta el árbol y allí murió. A partir de ese día, se fue quedando tan desgarbado como él. Algunos decían ver su cara en la corteza. A mí me daba miedo esa historia, pero dicen que quien a él acude porque tiene un quebradero de cabeza vuelve con preguntas sobre su vida que al responderlas le permiten avanzar. Mi abuela decía que era el árbol de las respuestas, porque para ella te respondía en forma de preguntas como Federico, que era de madre gallega.

A mi abuela, la historia se la contó su abuelo; hace muchos años que la gente va. Yo aún no he ido hasta él. Me he acercado a hurtadillas cuando alguien lo visita, pero no he visto nada más que un árbol. Quizá porque no tengo nada de qué hablar. Federico es más grande de lo que parece. Harían falta varios hombres para rodearlo con sus brazos. De lejos no parece tanto.

El otro día vi a tío Tomás. Se sentó entre sus raíces y apoyó su espalda en el tronco tapando su cara con las manos, como si llorara. Me sentí mal por espiarlo y como la noche se acercaba ya, volví a casa. El lucero me acompañaba mientras mis pensamientos divagaban en cómo iba un árbol a decir nada. Cosas de mayores, concluí.

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