22 de octubre

22 de octubre

Recuerdo muy bien aquel día: 22 de octubre de 1969, miércoles. Por fin iba a ejercer como maestro. Había dormido poco y estaba nervioso. Me enfrentaba por primera vez a los que iban a ser mis alumnos hasta junio. Reemplazaba a una profesora muy querida que se jubilaba. Así que allí estaba yo, aún solo en el aula; haciéndome con el lugar antes de que llegaran. Hablé en alto y simulé mandar a callar a un grupo de alborotadores. Respiré hondo y tomé un trago de agua que me secó la boca aún más.

Abrí la puerta a la hora en punto y ya tenía a mi primera alumna ansiosa por aprender. La vi entrar en la clase con su uniforme impecable, una pequeña mochila en la mano y dos coletas con los lazos en azul a juego con su jersey. Dándose la vuelta me preguntó si podía elegir dónde sentarse. En un segundo calculé la mejor respuesta así que asentí. De esa forma no tendría que improvisar un sistema de colocación. Ella lo agradeció con una amplia sonrisa y corrió a la tercera fila. Tras Alba, que así se llamaba, llegaron por incesante goteo el resto de los 40 niños. Eran otros tiempos y sí, un solo profesor estaba al frente de tan numeroso grupo. Ahora no se podría, ya no son como entonces.

Eso queda atrás en mi memoria, la de un maestro de la vieja escuela. Hoy me jubilo. Cuatro décadas enseñando, año tras año, a los más variados cursos, con todo tipo de padres. Alumnos maravillosos que llegarían donde quisieran. Grandes dibujantes algunos y buenos redactores otros. Algunos los recuerdo con cariño porque fueron especiales, como Alba.

Hace unos años volvió a entrar la primera en un aula, mochila a la espalda, pero ahora como profesora. Me confesó sus nervios por enfrentarse a un grupo de 20 y le hablé de ese 22 de octubre. Ella sonrió como entonces.

Todo volvía a empezar. Alba me sustituía.

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